Hace muchos años que no se veían lluvias como las que tuvimos este año, el verano volvió regular la lluvia de la tarde, como decía mi padre que fue en su infancia: mañanas frescas y soleadas en las que se juntaban las nubes que se oscurecían hasta que avanzaba la tarde y soltaban su carga.
Hay expresiones que se han atribuido a ciertos personajes históricos en momentos particulares y que, en el mejor de los casos, resulta difícil corroborar que en efecto lo dijeron; si no es que, posteriormente, se demuestra que esas palabras jamás fueron expresadas por el personaje en cuestión —un caso típico es el Qu’ils mangent del brioche/” que coman pasteles”, adjudicado a María Antonieta, aunque, jamás se ha demostrado que lo haya dicho—.
¡No sé qué fuerza me ha empujado de nuevo hacia usted!
¡Uno se deja arrastrar por lo que es bello, encantador, adorable!
Madame Bovary, Segunda parte, capítulo IX
Vladimir Nabokov dijo en su Curso de literatura europea: “Gógol definió su obra Las almas muertas como un poema en prosa; la novela de Flaubert también es un poema en prosa; pero mejor compuesta, con una textura más firme y bella”.
Esta hasta nuestra edad anduvo suelta, y fuera de regla, y a esta causa a recebido en pocos siglos muchas mudanças; por que si la queremos cotejar con la de oi a quinientos años, hallaremos tanta diferencia y diversidad cuanta puede ser maior entre dos lenguas.
Belleza y honestidad,
y dolor y piedad vivientes en el mármol muerto,
por favor, ¿cómo pudiste hacerlo?,
no llores tan fuerte,
que antes del tiempo despertará de la muerte,
y no obstante, a pesar suyo,
Nuestro Señor es tu
esposo, hijo y padre,
única esposa su hija y madre.
Antes que nada me es necesario hacer una aclaración inicial: soy homosexual, crecí en un ambiente rural del norte de México a finales del siglo XX, hijo de jornaleros, estudié Historia en la universidad pública de mi estado (toda mi vida académica ha sido en instituciones públicas); opto por la enunciación en primera persona para señalar que soy yo quien afirma —y líbreseme de caer en tentación de una falaz objetiva voz pasiva—.
Caminamos por las calles de la Alejandría de hace un siglo, a nuestro paso la nariz se inunda con la fragancia de las especias —cúrcuma, canela, azafrán, romero— y a nuestros ojos el colorido de las telas y de los tapices en las tiendas, las conversaciones a veces a gritos nos abruman, incluso las que son pronunciadas en los cafés, cuyo aroma también nos embriaga, sobre todo, lo que nos hemos de encontrar es con la diversidad de rostros alejandrinos: los jóvenes estibadores y vendedores griegos embutidos en sus raídos trajes, los trabajadores egipcios, los turcos, también es posible encontrar en el trajín de las calles gente de Europa occidental, sobre todo los funcionarios ingleses—no hace mucho también se veía a soldados británicos—, pero también franceses e incluso italianos.