Ilustración realizada por Mildreth Reyes
Catar, el juego sucio del fútbol
El fútbol es un juego hermoso que, históricamente, ha sido un agente de cambio social. Nació en el seno de las clases trabajadoras y sigue siendo un deporte sin igual, donde se logra una unión en torno a un equipo y un balón. Pero, muchas veces, es también un sucio reflejo de la corrupción y del poder del capital que explota inhumanamente a los que buscan, apenas, sobrevivir. Las copas mundiales suelen exaltar nuestro nacionalismo primitivo, nuestro chovinismo y cierto machismo, pero es el momento en el que naciones enteras se unen pese a las enormes divisiones políticas, sociales o económicas que hay entre la población. Por un momento, todos somos México, Ghana, Japón, Francia, los Países Bajos, Uruguay… Sin embargo, en un mundo donde el vínculo ideológico ya no pasa por los estados nacionales y los territorios sino por el mercado individualista del capital que nos aliena, el fútbol parecería ya no ser el símbolo de la posible unión, sino el imaginario (una mercancía global por excelencia) que nos devuelve, rotas, todas las ilusiones.
A inicios de diciembre del 2010 se anunció que la edición número 22 de la Copa Mundial del Fútbol masculino que organiza la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociación) sería en Catar. Es el país más pequeño (y el primero de Medio Oriente) que ha sido elegido para ser la sede del mundial. Pero las razones por las cuales la FIFA aceptó su candidatura no fueron los grandes planes arquitectónicos de los estadios climatizados que se construirían, ni el enorme presupuesto que le dedicarían al proyecto, sino un caso más en el que el dinero y una red de corrupción se conjugaron para comprar un mundial de fútbol.
Luego de una década de este anuncio, estamos comenzando un mundial de fútbol atípico: se juega en invierno (cuando los jugadores están lesionados y cansados, luego de largos torneos) en un país que no tiene ninguna tradición de fútbol, que tiene una monarquía absolutista y que fue electo por medio de un esquema de corrupción de la FIFA, a pesar de que las principales organizaciones de derechos humanos han denunciado la falta de garantías básicas laborales y humanas en el país (sobre todo, para los trabajadores extranjeros, que son la mayoría). Que el espectáculo deportivo más importante y consumido del globo acabara en Catar es quizás el hecho más inaudito y grotesco desde que el fútbol se volvió una mercancía global.
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Catar es una estrecha península desértica rodeada por Arabia Saudita y las aguas del golfo Pérsico. Era un protectorado británico hasta que se independizó en 1971. Desde el siglo XIX, la monarquía absoluta de la familia Al Thani gobierna el territorio que primero vivía del comercio marítimo y del cultivo de perlas y ahora posee grandes reservas petroleras y la tercer mayor reserva mundial de gas natural. La riqueza proveniente de la explotación de los yacimientos de petróleo y gas han hecho que, en los últimos años, el país se desarrolle de forma acelerada. El horizonte de Doha, su capital, cada vez más lleno de rascacielos, se convirtió en el gran símbolo de la prosperidad del país. A su vez, la controversial cadena televisiva más grande del mundo árabe, Al Jazeera, y la joven empresa aérea Qatar Airways, que tanto invierte en las ligas de fútbol europeas, son dos de los emblemas globales del pequeño país y el poder de su monarquía absoluta.
Pero lo que sostiene todo este aparato estatal y la infraestructura es un ejército de trabajadores migrantes, que son la mano de obra que vive en condiciones de esclavitud. En Catar hay poco menos de tres millones de habitantes, de los cuales aproximadamente solo el 12% son ciudadanos cataríes. El resto son trabajadores inmigrantes provenientes en su mayoría de la India (25%), Bangladesh (12%), Nepal (12%), Egipto (12%), las Filipinas (5.6%), Pakistán (4.8%), Sri Lanka y de diferentes regiones de África y el Medio Oriente. Dado el enorme influjo de los trabajadores jóvenes hombres, las mujeres constituyen apenas el 25% de la población.1
Desde que la FIFA anunció que el mundial sería en Catar y hasta la fecha, se han hecho reiteradas denuncias de numerosos abusos a los derechos humanos de los trabajadores y de miles de muertes de empleados migrantes en la construcción de los grandes proyectos de infraestructura, a causa del clima extremadamente caluroso del desierto y de las terribles condiciones de trabajo. A pesar de las reformas laborales que recientemente se han implementado en Catar para desmantelar el sistema de la kafala, siguen reportándose miles de muertes y esquemas laborales de explotación casi esclavistas. Un reporte de 2021 de The Guardian estima que más de 6,750 trabajadores migrantes de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka han muerto desde que, hace diez años, la FIFA le dio a Catar el derecho de ser la sede del mundial.2 Y el reporte no cuenta a los trabajadores de otras nacionalidades, por lo que el número seguramente es mucho mayor. Otros reportes estiman el número de trabajadores extranjeros fallecidos en 15 mil.3 A su vez, hay una enorme falta de transparencia en las causas de muerte; la mayoría de estas se reportan como muertes “por causas naturales” o “por paros cardiacos”.
El sistema “de patrocinio” a través del cual los riquísimos estados del golfo Pérsico atraen a trabajadores pobres mayoritariamente de Asia y de África es el sistema kafala. La palabra kafala en árabe significa “garantizar”. Se trata de un esquema en el que los reclutadores de los países de origen buscan trabajadores que huyen de la pobreza y los contratan con promesas de grandes pagos (que después no se cumplen). Los reclutadores se quedan con una enorme comisión económica (de 500 a 4,300 dólares),4 por lo que los trabajadores se endeudan y tienen miedo de dejar su trabajo al llegar a Catar. Los trabajadores entran al país con el patrocinio y la visa de sus empleadores, quienes pueden cancelar su permiso de residencia en cualquier momento y bajo quienes no pueden cambiar de trabajo ni abandonar el país. A manera de control, los empleadores suelen retrasar el pago de salarios durante meses, de modo que los trabajadores no pueden comprar comida ni enviar dinero a su familia. Las condiciones de vida son terribles: viven en hacinamiento, con poca higiene y seguridad. No pueden dejar ni el campamento en el que viven ni su lugar de trabajo, porque frecuentemente no tienen documentos de identidad o no les renuevan la residencia. Para poder salir del país, necesitan un “permiso de salida” aprobado por su empresa, pero estas suelen retener tales permisos hasta que su contrato acabe. Los trabajadores aceptan trabajos en el sistema de kafala porque la paga es mejor que la que obtendrían en sus propios países, pero acaban atrapados en un ciclo de abuso (que es, efectivamente, una forma de esclavitud moderna).
En Catar, con miras al mundial de 2022, se hicieron el año pasado una serie de reformas laborales para combatir la kafala, pero estas apenas han logrado mejorar la protección de los empleados en el país. Las reformas del 2021 llegan demasiado tarde; se aplican parcialmente y los abusos persisten. Cuando se concedió la sede a Catar, no se le impuso ninguna condición para la protección de los derechos laborales y la FIFA efectivamente contribuyó al abuso generalizado de los trabajadores y a la muerte de miles de ellos.
Ante el boicot del mundial de muchos países y selecciones, además de la reiterada denuncia de abusos de los derechos humanos y la búsqueda de retribución económica,5 el actual presidente de la FIFA, Gianni Infantino, envió una carta a los 32 países que van a participar en el evento deportivo; les insiste que hay que “centrarse en el fútbol”. Si la FIFA quiere que nos centremos en el fútbol, tendrían que ocuparse finalmente de los graves problemas de derechos humanos, en vez de esconderlos debajo del tapete.
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Tres años después de que se eligiera Catar como sede del mundial, en el 2013, se destapó el llamado “Catargate”. El 23 de noviembre de 2010, una semana antes del voto de la FIFA, hubo una reunión secreta entre el entonces presidente francés Nicolás Sarkozy, el príncipe de Catar (Tamim bin Hamad al-Thani), Michel Platini (presidente de la UEFA) y Sebastien Bazin (representante de Colony Capital, que es propietaria del club Paris Saint-Germain y que entonces tenía grandes problemas financieros). En esa reunión, se acordó la compra (por parte de los cataríes) del Paris Saint-Germain (esto se hizo efectivo en junio de 2011), la creación de la cadena de deportes BeIn Sport, la venta de los derechos de televisión de la Ligue1 a la familia real catarí y otra serie de inversiones en el país y en el grupo Lagardère, muy cercano a Sarkozy. A cambio, Platini votaría por Catar como sede para el mundial (y no por los Estados Unidos, como había planeado). Los organizadores del mundial, en ese entonces, declararon que la organización respetó “de principio a fin los más altos estándares de ética y de moral, como estaban definidos en los reglamentos”.6 Si le llamamos ético y moral a un intercambio tras bambalinas de capitales e intereses privados y nacionales, entonces el reglamento del capitalismo global es venderle todo al postor más rico y menos ético.
Ya hace años sabemos que la FIFA y otras organizaciones lucran con el fútbol y los derechos de las transmisiones en las televisoras; les importan, sobre todo, los ingresos económicos que van a dar a los bolsillos de su pequeño club de hombres mafiosos. Luego de décadas de denuncias de sobornos y de que se ha revelado la compra directa de torneos como el de Rusia 2018 o el de Catar 2022, la FIFA se ha vuelto un sinónimo de corrupción y, pese a sus reformitas internas, protegen su poder y capital sobre todas las cosas. La cruel lógica de las empresas multinacionales se expandió hoy a todas las esferas, incluyendo las culturales y deportivas. Son indiferentes ante el hecho de que el mundial de Catar se construyó sobre las tumbas de miles de trabajadores.
Como aficionada al fútbol, me siento impotente y tristísima ante la forma en que un juego tan hermoso se ha convertido en una mercancía global, como cualquier otra. Y no quiero olvidar ni obviar el costo humano y social que hay detrás de este mundial de Catar 2022. Por eso, me uno a las protestas con mis palabras. Quisiera imaginar que todavía es posible un modelo en el que el fútbol se base en una práctica solidaria y sea para los aficionados, en donde las competencias sean para el disfrute, para formar comunidad, y no para ser coaccionadas por los poderes económicos. Por ahora, hay que alzar la voz y afirmar que la Copa Mundial de la FIFA Catar 2022 no es digna del fútbol que amamos y hay que decir: #BoycottQatar2022.
- Estos son datos del 2019. Ver el reporte demográfico de Catar por nacionalidad.
- Ver la noticia original: “Revealed: 6,500 migrant workers have died in Qatar since World Cup awarded”.
- Ver las cifras que reporta Carlos de las Heras de Amnistía Internacional.
- Según la información de Amnistía Internacional. Se puede ver un informe completo de la documentación de las muertes de los trabajadores aquí.
- Varias ONG exigen a Catar y a la FIFA un fondo de compensación de 440 millones de dólares por los abusos y calculan que, si la FIFA gana aproximadamente 6 mil millones de dólares por un mundial, entonces 440 millones es una cantidad que podrían asumir tanto Catar como la FIFA. Pero no ha habido respuesta de ninguno de los dos. Ver la “Carta abierta conjunta a Gianni Infantino sobre la reparación de los abusos laborales cometidos en la Copa Mundial de 2022”.
- Para más información, ver, por ejemplo, esta nota sobre el Catargate en el Chicago Tribune.