Tierra Adentro

Unasletras

Este blog en Tierra Adentro que empieza a gestarse crecerá a sus anchas con noticias, vivencias, entrevistas y mucha información. En esencia, unasletras.

Fotografía por Eugenia Montalván.

Santiago Papasquiaro, Durango, 31 de marzo de 2014. Acá en Durango cuando en las fiestas –e incluso en los antros– se toca el corrido de Santiago Papasquiaro, casi de golpe todo mundo se levanta de su silla motivado por una energía que proviene, estoy segura, del furor serrano que caracteriza al pueblo bravo, bravo en el sentido más auténtico de la palabra, es decir, movido por el impulso que surge de la sobrada fuerza con que se camina del llano a la montaña entre matorrales, piedras, pinos y riachuelos rodeados de mezquites, abrojos y nopaleras: ese valor intrínseco necesario para dar pasos firmes sobre la tierra con tal de avanzar diligente con una tinaja de agua o con la canasta del nixtamal en la cabeza, si no es que controlando los pasos de un burro manso cargado de leña.

¿Romanticismo puro? ¡Sí, hombre! De ahí surgió la letra de esta canción que se estrenó en la cantina “El amanecer” frente a la iglesia de Santiago Apóstol, y habla de hembras preciosas de verdad y hombres que se juegan la vida a la primera provocación.

Podría pensarse que esa época ya pasó, que ahora las mujeres de Santiago Papasquiaro estudian en el Colegio de Bachilleres para luego ir al Tecnológico o la Universidad (o incluso al Tecnológico de Monterrey), quizá sí, pero por lo pronto viven rodeadas de cerros que a diario les hacen pensar en qué carajos sucede del otro lado, allá en la Sierra, donde por supuesto hay mujeres que echan tortillas al comal diariamente… ¿Y unos kilómetros más arriba? Allá está la frontera, el otro mundo: Estados Unidos, el punto donde viven familias santiagueras enteras, y de donde llegan remesas generosas, claro que sí.

Sea como sea, las chamacas de hoy conocen su “himno” y lo bailan como dios manda, ¡me consta! Se dejan llevar o llevan a su acompañante a través de ese abrazo apretado que es la esencia del baile, y no me refiero a un acercamiento insinuante o provocativo; con esta canción vamos a lo que vamos: gozar la música por medio de pasitos con sabor norteño que hacen sentir calor en las manos y los pies… Pero más que eso: bailando así, en grupo, el movimiento acompasado de los hombros se vuelve un símbolo de fraternidad, de compenetración en la estratósfera de la identidad. Asimismo, en la cúspide de este entendimiento a golpe de tamborazos, trompetas, acordeones y tubas hay gente capaz de hacer que su pareja casi roce el suelo, sosteniéndola con fuerza y ternura a la vez, pero también con el arrojo que nos induce a llegar al fondo de las cosas, de las emociones…

El autor del corrido de Santiago Papasquiaro es Manuel Unzueta Castillo, según el cronista Salvador Guevara Gallegos “Chavín”, y no Miguel Ángel Gallardo, a quien se le adjudica.

Pero no fui a Santiago expresamente a buscar la historia de esta canción popular (de la que es imposible abstraerse cuando se decide visitar este municipio localizado a 170 kilómetros de la capital del estado), sino a rastrear los orígenes de los hermanos Revueltas, nacidos aquí en Durango, y criados por una mujer heroica nacida en San Andrés de la Montaña, paraje minero de Santiago Papasquiaro que ahora es imposible visitar, salvo que tengamos el coraje de arriesgar la vida, como nos hizo ver el cronista Guevara, entrevistado en su casa, todo un personaje en la cultura local que pronto publicará un libro de leyendas.

Romana Sánchez, la madre de Silvestre, José, Rosaura y Fermín, formó a sus diez hijos –no solo a estos más famosos– afianzada en sus orígenes serranos. Silvestre la recuerda así: “Ella me ha contado su infinita curiosidad por saber del mundo que ocultaban las altas montañas que rodeaban su pueblo, sus sueños y su siempre nueva admiración y amor por la naturaleza” (Silvestre Revueltas por él mismo, Era: 1989). Desde luego que esta perspectiva romántica es la que me interesa conocer más a fondo a mí, paisana de esta notabilísima familia de gente entrona, valiente y fuera de serie, adjetivos simples para la trascendencia de su obra, pero finalmente compatibles con la esencia de esta tierra aparentemente inhóspita.

Entonces, confieso que entusiasmada con la visita de mi novio, proveniente de un país lejano, me atreví a sugerirle que viajáramos a la cuna de Romana Sánchez, ¡y  aceptó! La aventura fue sensacional, sobre todo por el excitante paisaje que descubrimos juntos. Reconozco que mucha gente me había advertido que no hiciera el viaje sola.

Todo empezó una mañana reciente cuando una conocida empresa alquiladora de automóviles mandó a mi casa un Jetta último modelo, solo que llegó con una alerta: “Viajar a Santiago Papasquiaro es peligroso”. ¡Nomás eso faltaba! Contacté a Samantha, la única amiga santiaguera que tengo, y ella nos tranquilizó: “No pasa nada… Disfruten”.

Es lógico que aún se resientan las secuelas de la violencia que hubo en el estado hace algunos años, entiendo, pero aparte de que este carrito realmente se queda corto en comparación con las camionetas que circulan aún en los caminos más escabrosos del estado, no me parece apropiado que la gente involucrada en los servicios turísticos se escandalice o provoque miedo ante dos viajeros decididos, y lo digo después de constatar que las carreteras de Durango están en muy buen estado y es posible viajar sin temor. También se vale desviarse en una ranchería a tomar fotos. Las montañas son impresionantes desde cualquier ángulo. Desde luego, en caminos intrincados es otro cantar, y por eso no nos atrevimos a conocer el pueblo de Romana Sánchez, la madre de los Revueltas, donde el riesgo es quedarse incomunicado, lo cual sería grave en caso de un imprevisto. Pero éste es nuestro México.

Fotografía por Eugenia Montalván.

Fotografía por Eugenia Montalván.

De cualquier manera, sí estuvimos en la casa donde Romana vio crecer a sus hijos mayores y donde el célebre Silvestre tomó consciencia de su arrobo musical: “Era muy pequeño –tres años me cuenta ella– cuando por primera vez oí música. Era una orquestita de pueblo que tocaba la serenata en la plaza. Yo estuve de pie escuchando largo tiempo y seguramente con una atención desmedida, pues me quedé bizco. Y bizco estuve por tres o cuatro días”.

José, el admirado autor de Dios en la tierra y Los días terrenales, no nació en Santiago Papasquiaro, ya no tengo duda al respecto. Antes de que él naciera su familia dejó este pueblo de sombrerudos (el sombrero sigue siendo parte de la indumentaria) que hoy tiene alrededor de 50 mil habitantes (el censo del 2010 registró 44,966). Pero era indispensable llegar a este municipio para constatar el dato, ahora que con vítores y alabanzas nuestro país celebra sus cien años de nacimiento: 100 años de vida, aunque haya muerto de cirrosis hepática a los 62, en abril de 1976, como lo señaló Luis González de Alba hoy en Milenio.

Para hacer honor a la verdad, diré que a José se le conoce muy poco allá donde a su familia se le recuerda con respeto. El que tiene un monumento grande y vistoso es Silvestre, y también en su nombre se fundó la Casa de la Cultura (en el patio hay un mural con los iconos del municipio, fundamentalmente la letra del corrido y el retrato de Silvestre, Fermín, Rosaura y José), y ahí en la explanada de ese edificio colonial vemos una reproducción de su rostro, con ese pelo alborotado que dan ganas de alborotar otro poco.

Carlos Córdoba, actual director de lo que en el futuro será el Museo Revueltas, nos mostró los vestigios de la casa de los Revueltas Sánchez, y nos contó que en este museo de carácter municipal ya se invirtió una buena lana, pero a lo tonto; por lo pronto se dan clases de cerámica, pintura y también se programan actividades para niños. Lo grave es que intervinieron el edificio sin contar con un proyecto de restauración responsable y sin tomar en cuenta su valor patrimonial: una joya en la historia del arte y la cultura de México y Latinoamérica, pero ahora ¿ya qué? Al edificio le hicieron un aditamento escalonado inapropiado y de muy mal gusto como acceso principal, por mencionar un sólo elemento. Lo rescatable es que en el patio aún se aprecian los muros de adobes originales y una raíz milenaria incrustada en uno de ellos. ¡Ojalá no la desaparezcan! Tiene historia y vida propia, aunque jamás suplirá a la higuera que alimentó a los niños Revueltas y que por desgracia alguien extirpó de raíz.

Definitivamente, si Romana Sánchez resucitara se horrorizaría con lo que hicieron en su casa. Ella, como santiaguera alegre, culta y sensible no se tragaría esta salvajada, ni  Silvestre, ya no digamos José, quien a pesar de todo amó estas tierras de Dios, también a través de lo que su madre le narró nostálgica.

Fotografía por Eugenia Montalván.

Fotografía por Eugenia Montalván.

Fotografía por Eugenia Montalván.

Durango, 26 de marzo de 2014. Se sabe que en el estado Durango hay muchos membrillos, muchos duraznos, muchas manzanas, pero ¡también hay heno! Luce bellísimo. Ayer lo vi “florecer” en grandes sabinos, quizá de 30 metros de altura o algo así, sobre el río cristalino de La Barranca, un paisaje verdaderamente espléndido, como para hacer días de campo en el municipio de Nombre de Dios y tirarse a leer a gusto. Llegué a medio día, y solamente me topé con dos jóvenes y un niño que trataban de pescar sardinas. No sé si al final tuvieron suerte, en los primeros intentos sacaron la red vacía. Los observé unos minutos. Tenían hambre, y sus dos perros también.

Con esa imagen en mi cabeza me parece un poco triste aceptar que casi no conozco mi tierra, y sin embargo hoy platiqué con una de las personas que más sabe de su historia, Antonio Avitia, a quien ya mencioné en este blog como autor de un libro de cine. La noticia es que ayer, precisamente, dio a conocer un archivo gráfico monumental conformado por 8142 imágenes, en una presentación en el edificio central de la Universidad Juárez del Estado de Durango. Tomé nota de su discurso en mi celular (estaban las luces apagadas y me senté en la última fila) mientras él, precisamente, se esmeraba en hablar de las grandes ventajas de la tecnología electrónica en la divulgación del conocimiento. Por supuesto, dado el volumen de la Historia Gráfica de Durango, nombre del archivo gráfico, hizo bien editarlo en formato de disco compacto; lo que me extraña es que presente la información dividida en nueve documentos Word (él los cataloga como tomos) editables, así cualquiera los puede manipular, y me pregunto si éste sea el fin, o si es correcto. Es un material muy valioso, incluso para tareas escolares; los temas son:

I. De los tiempos geológicos al triunfo de la República

II. De la República restaurada al porfirismo

III. Los alacranes alzados. La revolución en el estado de Durango

IV. Tiempos de masones, cristeros y comunistas

V. La hegemonía del autoritarismo

VI. El autoritarismo aferrado

VII. El autoritarismo neoliberal

VII. a) El autoritarismo municipal globalizado o un paseo por los municipios de Durango (Primera parte)

VII. b) El autoritarismo municipal globalizado o un paseo por los municipios de Durango (Segunda parte)

A mí me bastó –por ahora– una ojeada para constatar lo que ayer comentó: el 90 por ciento del contenido es visual; la otra parte son textos, algunos de estilo enciclopédico, aunque también hay comentarios o frases breves que resumen datos importantes. Pero en este primer acercamiento vi material muy útil, incluso para citar más adelante, e igualmente encontré un camino hacia la nostalgia al ver, por ejemplo, edificios que han desaparecido del mapa urbano y que, lógicamente echo de menos, como el Cine Imperio, en la calle Constitución, entre Gabino y Coronado, donde ahora vemos la pura fachada, sin ningún vestigio de su auténtica belleza.

Entonces, seguramente muchos lectores e incluso gente curiosa comprenderá que fue un acierto de la Universidad Juárez del Estado de Durango publicar este amplio catálogo visual que incluye: anuncios publicitarios, fotografías, folletos, panfletos, recortes de periódico, caricaturas, historietas, grabados, litografías, placas, lápidas, retratos hablados, sellos, escudos, emblemas, retablos, exvotos, ex libris, monedas, medallas, billetes, vales, tarjetas postales, mapas, croquis, esquemas, daguerrotipos, planos, dibujos, viñetas, cromos, pinturas, posters, portadas de libros, etcétera… Y, ojo, cuesta 50 pesos; nada caro para acceder a la cronología capitulada de una larga historia.

Durante su amena presentación, Antonio Avitia mencionó detalles relevantes sobre la predominancia de figuras masculinas en la historia gráfica, como todo mundo sabe, y de la Iglesia, es decir, hombres también, y con poder. Figuran pocas mujeres y pocos rostros de las minorías, temas en los que el historiador hace notar su interés, desde luego para no seguir haciendo la historia como uno más. Y tan entusiasmado está con la información que menos se conoce que ayer concentró su presentación en la invasión francesa de Durango, sobre la que mostró evidencias de muchos tipos, incluidos los timbres postales que los franceses imprimían aquí; como complemento de su exposición hizo chistes y comentarios irónicos ante los que la gente intervino haciéndole notar esto o aquello, como si se tratara más bien de una plática familiar. El punto culminante de este ambiente fue que cuando Luis Enrique, el músico invitado, subió al escenario con su arpa, muchos cantaron con él en plan romántico.

Desde luego influyó en el relajo la camaradería de Avitia; por su estilo me pareció un buen profesor universitario; sin embargo, hoy me contó que sus tablas en el escenario las fue adquiriendo desde adolescente, en el taller de teatro de la maestra Lourdes Miranda, y luego se ganó la vida como payaso profesional bajo el nombre de “Antonin”. Su doctorado lo hizo en historia; muchos años fue burócrata y ahora está jubilado. Es autor de varios libros, aunque principalmente menciona aquellos que le han permitido ganar dinero, empezando por Teatro para principiantes, del que Porrúa ha vendido miles de ejemplares.  ¿Y a qué responde el éxito? A que tiene una manera muy directa de decir las cosas y con un buen sentido didáctico, desde luego. En concreto, este libro estimula a los maestros de secundaria a hacer teatro con lo que hay: un patio, y les dice que no es necesario contar con la infraestructura del Palacio de Bellas Artes para fomentar dicho arte.

Antonio Avitia nació en Durango en 1956, pero toda su vida adulta la ha hecho en la Ciudad de México; su bibliografía está en Internet, e incluso varios títulos suyos están disponibles para leerlos sin pagar.

La conversación de hoy no fue suficiente, teníamos el tiempo medido porque un comunicador de Radio Universidad estaba esperándolo grabadora en mano.

La espontaneidad nos llevó a muchos temas, desde luego, y uno muy importante fue Antonio Estrada, escritor que yo no conocía y que él respeta muchísimo porque, reconoce, le cambió la vida. Su novela más importante se llama Rescoldo y a partir de ésta, Antonio Avitia hizo su tesis de doctorado sobre las dos revoluciones cristeras que hubo en Durango, investigación que el autor decidió publicar con su dinero, por el placer de difundir un tema esencial que, asegura, no le interesa tocar a algunos grupos de poder.

Así que confieso que me siento bien conociendo Durango, y claro que me gustó compartir una refrescante agua mineral con Avitia en el Hotel Casa Blanca; seguro que llamaré a su hermano Álvaro, quien es el encargado de vender sus libros aquí en Durango. A su vez, para que quede aún más claro el carácter desprendido del historiador, les dejo el enlace –que me hizo llegar por medio de Facebook– a una parte de su extensa obra, incluyendo la Historia Gráfica de Durango en 8142 imágenes.

Fotografía por Eugenia Montalván.

Fotografía por Eugenia Montalván.

Titulo: Cuentos del Norte

Autor: Socorro Soto Alanís

Editorial: Versodestierro

Lugar y Año: México, 2013

Durango, 19 de marzo de 2014. Socorro Soto Alanís en su libro Cuentos del Norte describe un Norte jodido, ¡cómo no! Y no de ahora, sino desde hace muchos años. Valga su maestría en ciencias políticas (UNAM) para remitirnos en su cuento “23 de marzo” al escandaloso asesinato del candidato presidencial en Lomas Taurinas, fecha imborrable para los mexicanos,  –hambreados o de carro blindado–; el elegido avizoró su fin pero no se acobardó, y Socorro se suma a la lista de periodistas, escritores, artistas y cineastas que han documentado el tema Colosio.

Pero su libro no toca solamente temas políticos, aunque sí se concentra en asuntos de carácter social y problemas éticos de una vigencia asombrosa aquí en Duranguito, como la tragedia de la chamaca de prepa que cree desafiar a su familia e intenta fugarse a Mazatlán a la salida del colegio en moto –una Honda último modelo– con su novio, galanazo que la enamora invitándole un helado y termina madreado, allá en la Sierra, a media carretera… ¿No le pasó por la cabeza al “guey” que la “niña” podría tener un pinche hermano celoso?

Anoche, precisamente, le conté la anécdota a un amigo, y dijo, “uh, eso todavía pasa”. Pos así ha de ser, pero a mí la descripción del colegio de monjas, de la faldita –corta– de cuadros del uniforme y las adolescentes que se divierten –bobeando– en el centro comercial de moda me remitió al pasado, y no precisamente con nostalgia.

Los personajes de Socorro Soto Alanís (Durango, 1956) son de armas tomar; se juegan la vida en el campo y la ciudad. En sus cuentos, el incesto, la desmesura y el odio a muerte se bordan con hilazas finas que nunca se decoloran. Así me pintan el norte duranguense hoy, ¿qué quieren que haga? Imagínense a una loca, sexualmente reprimida, que le echa el caballo encima a su propia hija cuando la encuentra haciendo el amor con el hombre guapo, fuerte y de ojos de gacela que ella –la madre– deseaba poseer. De esa forma se consuma un doble asesinato una madrugada norteña, al amparo de un álamo centenario, y las consecuencias cimbran a toda la comunidad: un niño (o varios) sufre la perenne tortura de vivir azuzado por un alma en pena que se presenta a caballo, trotando fuerte, echando chispas…

Socorro Soto Alanís presentó hace dos semanas su libro, y supongo que los lectores lo estaban esperado por tratarse de una especie de literatura de aventuras cocinadas con lo que suele ventilarse en el chismorreo; además, estaba muy anunciado también por tratarse de una publicación respaldada por una editorial de la ciudad de México: Versodestierro. El evento estuvo muy concurrido, ante todo por mujeres, creo, y para mi sorpresa –me enteré luego– esa noche se vendieron cien ejemplares, ¡éxito rotundo! A través de las redes sociales, la autora –ex presidenta de la Sociedad de Escritores de Durango– nos informó de la primicia de esta obra en la Feria de Minería, en donde también estuvo acompañada por Adriana Tafoya, su editora.

Cuentos del Norte es un compendio de doce textos cortos que tienen una misma línea narrativa y un sustento similar; se me figura que Socorro los escribió con un propósito: hacer ver la degradada condición humana, empezando por esbozar y llevar hasta las últimas consecuencias la furia sexual de las mujeres, furia contenida a veces, o desatada, si se quiere, aun cuando la dibuja de manera metafórica en un par de cejas fuertemente delineadas.

En su madurez, la escritora se adentra en los temas que confronta desde adolescente: la lucha de clases, el derecho a ejercer una sexualidad libre y placentera, el cinismo y la corrupción, en primer término. Pero igualmente desnuda a mujeriegos, lambiscones y sacerdotes mustios.

En Durango tenemos infinidad de paisajes y situaciones de vértigo, y Socorro ha vivido pendiente de los alcances o límites que experimenta la gente en ellos, ¿más leña al asador? Ahí tienen al político borrachote y prepotente que compra periodistas, mujeres y falsa reputación haciéndose pasar por simpático; desde luego, un perfil muchas veces señalado en la literatura y el cine, e igualmente universal, pero Socorro Soto Alanís contextualiza al lector en las calles donde ha vivido o en algunos pueblos sembrados de yerbaniz y no sólo de mariguana. Leerla, de cualquier manera, nos hace recorrer los caminos del mal, como comentó el escritor Jaime Hernández en la presentación refiriéndose a la realidad de este rancho grande, mojigato, pobre y violento.

Así es la vida, y en el libro que reseño nos la cuentan con ganas de recalcar su podredumbre, mucho más penetrante y fuerte que las imágenes felices que la escritora filtra en algunas líneas con olor a perfume caro, pero que corresponden al terreno de la fantasía, literalmente, porque, obvio, ¡también aquí en el Norte se vale soñar!

Versodestierro distribuirá Cuentos del Norte en todo México.

Socorro Soto Alanís

Socorro Soto Alanís

Fotografía por Eugenia Montalván.

Durango, 12 de marzo de 2014. Las anécdotas alrededor del mundo del cine hecho en Durango dan para un libro: por ejemplo, el abuelo de una amiga de un amigo de Andrés Meraz Salas, hijo de mi amiga Paty, ¡le dio hospedaje a Bob Dylan en su casa! ¡Wow! Bob Dylan viajó por nuestras carreteras, contempló el sol que aquí admiramos, madrugó bajo las mismas estrellas de los noctámbulos y, además, dice la leyenda que bajo la implacable luz lunar refulgente en este cielo compuso: Knockin’ On Heaven’s Door. ¿Será? ¡Sí! Dudarlo me resta puntos en la durangueneidad, término que le escuché por primera vez al propio Andrés esta mañana. Lo cierto es que Bob Dylan, ahora me entero, no sólo compuso el soundrack de la película Pat Garret and Billy the Kid, rodada aquí y estrenada en 1973, sino que también actuó en ella. Y gracias a Youtube es posible ver algunas imágenes:

Bob Dylan sublima el cine al estilo del lejano oeste: duelos, cielos rojos, adobes, carretas, campesinos desamparados, trotamundos valientes, hombres buenos, malos, feos y guapos… mujeres, sed y alcohol. ¿Dónde conseguimos esta obra? Aquí, según mis indagaciones, no hay quien la tenga, y es indispensable programarla en el ciclo Movieland que todos los martes proyecta la Cineteca.

Movieland es casi como sinónimo de Durango; este ciclo al que me refiero presenta exclusivamente películas filmadas aquí, ya sea completas o cuando menos una parte, y me parece muy loable esta propuesta del director de programación de la cineteca, Miguel Ángel Orona, para quien resulta indispensable que el público tenga el placer de ver los extraordinarios escenarios naturales del estado, magnificados en las producciones hollywoodenses: ¡de agasajo! Pero nos urgen espectadores, pues en la última de las tres funciones de ayer, por ejemplo, aparte de mí, sólo llegó un fisgón, quien –luego me enteré–nada más fue a inspeccionar las nuevas instalaciones de la cineteca. Según él.

Anoche vi Revenge (La Revancha) bajo una dulce advertencia en la taquilla: “es una película muy bonita”. ¡Ok! ¿Y qué la hace bonita –al menos desde la perspectiva de la boletera? Pues que los tres personajes principales viven al borde de la muerte a cambio de ver culminada su máxima pasión: el amor. Dirigida por Tony Scott y protagonizada por Kevin Costner, Anthony Quinn y Madeleine Stowe, es esencialmente romántica, pero con su natural toque de violencia encarnada en sangrientas acuchilladas y apoteósicas balaceras.

Luego de platicar con Miguel Ángel Orona supe que el objetivo de los Martes de Movieland es “rescatar y poner a la disposición del público las mejores cintas que se han filmado en Durango, de todos los géneros, sobre todo porque aquí vienen muchos chavitos que no tuvieron la posibilidad de verlas, ya que son muy difíciles de conseguir, y aparte aquí las tienen en pantalla grande”. En efecto, se nota orgulloso al ofrecer una alternativa real para que veamos este tipo de cine.

La noticia que quiero resaltar  y comentar es que este año Durango celebra los 60 años de la primera producción norteamericana realizada en nuestras tierras: White Feather (Pluma Blanca), “distribuida en México con el nombre de La ley del Bravo”, según la ficha informativa que presenta Antonio Avitia Hernández en La leyenda de Movieland Historia del cine en el estado de Durango (1897 – 2004), un libro publicado originalmente en 2006, y que es difícil de conseguir, sólo que hoy tuve suerte y lo hallé en la Librería Vargas, ubicada en la calle Zaragoza, a unos pasos de la Avenida 20 de noviembre, en el Centro Histórica; de hecho, era el último ejemplar en existencia.

Entonces, ojeando el libro, intento recapacitar en el inmenso haber cinematográfico que tenemos y que, sin embargo, prácticamente no conocemos, aun tratándose de películas mexicanas, como las de Juan Antonio de la Riva, realizador duranguense al que se refirió Christian Sida-Valenzuela, director adjunto del Nuevo Festival de Nuevo Cine Mexicano de Durango, en su columna “Reborujo” (El Siglo de Durango, 10 de marzo). De la Riva, nos guste o no, es un referente contemporáneo por: “Polvo vencedor del sol”, “Vidas errantes”, “Pueblo de madera”, “El gavilán de la sierra” y “Érase una vez en Durango”, que no se encuentran a la venta en ninguna parte. Y si me preguntan, yo solamente he visto “Pueblo de madera”. Pero desde luego a los duranguenses nos fascina el cine, y a algunos nos emociona especialmente aquel en el que identificamos escenarios, personajes, momentos históricos y, por supuesto, nuestro impoluto y resplandeciente cielo, del que gracias al cine o simplemente a la capacidad de ver, casi todos tenemos consciencia, y hoy lo constaté platicando con un grupo de estudiantes de octavo semestre de la licenciatura en Ciencias y técnicas de la comunicación (UNID). Diana Villarreal lo dijo claramente: “No existe un cielo más bonito que el de Durango”. Ella lo dice porque “por metiche” se acercó a ayudar en el rodaje de “La verdad sospechosa”, de Luis Estrada con Damián Alcázar como protagonista (abril del año pasado). Y sabe, por lo tanto, que los directores privilegian “estar en el centro y encontrar arquitectura colonial de cierto tipo; a media hora, un río, y a una hora, la Sierra, cascadas, pinos y escenarios muy diferentes en un sólo estado”.

Pero para seguir con las anécdotas, Bertha Rivera, maestra de periodismo y editora independiente, me cuenta que Lee J. Cobb, ganador del Oscar en dos ocasiones, estuvo en Durango filmando la película Macho Callahan a finales de los años sesenta. Ella era muy chiquita, casi no se acuerda, pero sí hace cara de “guácala” cuando menciona que el perro grande y lanudo del actor dejó sus pelos por toda la casa… Sin embargo, ella también me informa que la calle principal de Chupaderos, un set cinematográfico rodeado de montañas restaurado recientemente (se puede ir en taxi desde el centro de la ciudad y el viaje no cuesta más de 60 pesos), donde se recrea –a nivel de fachadas– un pueblo del lejano oeste con su hotel, iglesia, almacenes, casas, estación de policía, bar, tienda de ropa, etcétera, lleva el nombre de Howard debido a una familia de Texas con ese apellido que vino a hacer cine: “era un gringo y mi padre le hizo su rancho”.

En su libro, Avitia Hernández habla de otro gringo, éste mucho más famoso, que también vivió en Durango y construyó sus propios sets cinematográficos: John Wayne, artista estelar que definitivamente se impregnó del paisaje y el paisaje de él, a tal grado que aún asombra el brío con el que corre en su caballo por los cerros de Chupaderos, desde donde desciende a galope para abrir las puertas de una cantina de par en par, a unos pasos del patíbulo.

En el capítulo “El salvaje y barato oeste durangueño”, el historiador Avitia Hernández presenta una larga lista de películas tipo western realizadas por los norteamericanos y los “chili westerns”, que es la adaptación del género por compañías productoras mexicanas. Pero más que enumerarlas por ahora es preciso saber que de 1954 a 2009 suman 156, aunque la última que menciona es Bandidas (2004), con Penélope Cruz y Salma Hayek, una coproducción de Francia, México y Estados Unidos, dirigida por Joachim Roenning, por supuesto más famosa que muchas, ¿quizá por tratarse de heroínas de calibre femenino?

Pero en fin, esta nota es la antesala al libro que reseñaré la próxima semana: Durango. Filmes de la Tierra del Cine, motivo de un evento fastuoso reciente que, sin embargo, tuvo poca trascendencia por lo mismo: el volumen aún no se encuentra en las librerías de la ciudad, así que mientras ese objeto del deseo llega a mis manos me contento con volver a ver a Dylan en actitud Dylan en Movieland.

Fotografía, Eugenia Montalván.

Titulo: Blanco Trópico

Autor: Adrián Curiel Rivera

Editorial: Alfaguara

Lugar y Año: México, 2014

Mérida, 6 de marzo de 2013. Cada vez que platico con Adrián Curiel Rivera me queda la sensación de que cortamos de súbito temas que merecerían otro café, y lo sentí más la última vez que desayunamos (él pidió unos huevos en torta sin yema y yo unos exquisitos motuleños). Se veía radiante, sin embargo la conversación nos orilló hacia ciertos sinsabores de la vida. No entendí por qué si teníamos sobre la mesa su novela Blanco Trópico, recién publicada por Alfaguara, y esto era más que motivo de fiesta, pero bastaba con que le echara un ojo a la dedicatoria para darme cuenta: “A todos aquellos que, como Juan Ramírez Gallardo, sobrellevan la esquizofrenia de trabajar arduamente en proyectos estériles mientras anhelan la felicidad”, frase que leí hasta que llegué a mi casa…

Confieso que frente a Adrián se me hizo agua la boca al ver la hermosa cubierta de Blanco Trópico (lo sigo desde 2004, conozco casi todos sus libros y sin duda éste –visualmente– es el más atractivo) y en ella concentramos la atención, pues esta imagen dice mucho sobre el contenido de esta saga divertida y efervescente: burbujea como la sal de uvas y la cava o el champán, igualito.

Hace reír, sí, porque el protagonista es ocurrente y cabrón, pero también despierta recelo, porque él mismo, Juan Ramírez Gallardo, con su magnífica personalidad inquisidora, arremete contra intelectuales, funcionarios académicos, abogados, altos gendarmes, usureros y toda clase de oportunistas, de los que abundan en la isla que inventa, la cual sobrevolamos para hacer esta entrevista.

Eugenia Montalván: Dime, Adrián, ¿llegar a Alfaguara, después de ser publicado por editoriales pequeñas (tanto en México como en España), te hace ver menos estéril tu trabajo literario? ¿O qué te hace sentir haber sido aceptado por este sello?

Adrián Curiel: Creo que hay diferentes perspectivas bajo las cuales considerar el asunto. Desde un punto de vista de estricta productividad económica, el arte siempre es felizmente estéril, al menos para el creador al que le importa su trabajo y no convertirse en una trade mark o en uno de esos opinólogos sabelotodos que abundan en la tele, o en alguien tan obsesionado por la fama, su imagen como personaje público o la cercanía con los círculos del poder que antepone esos valores a su compromiso como escritor. Dentro de esa privilegiada esterilidad (muchas veces me han preguntado si trabajo o “nomás leo y escribo”), yo siempre he sido un narrador que ha trabajado al margen del establishment  de la biliosa república de la letras mexicanas, lo que tiene sus enormes desventajas en cuanto a visibilidad, pero un precio impagable en cuanto a la libertad creadora. He asumido el compromiso con mi literatura de la manera más seria (no necesariamente solemne) posible, en ese sentido me siento un romántico trasnochado que encuentra en la literatura el fin mismo de la literatura, por lo que, asumiendo su carácter inútil en una época barbarizada (pese a lo que se diga de la era de la información y su idealizado desarrollo tecnológico), nunca he despreciado mis libros por haber sido cobijados por editoriales más o menos modestas. Eso tampoco quiere decir que no me alegre de que, en el caso particular de Blanco Trópico, dicha circunstancia haya cambiado. Por otro lado, ha sido una experiencia muy satisfactoria trabajar con un sello tan profesional y con tanta presencia, en especial con el editor Ramón Córdoba, quien es el encargado de examinar cada texto con lupa.

EM: Al leer Blanco Trópico, el libro, tuve la sensación de llegar, verdaderamente, a Blanco Trópico, el país siniestro, calcinante y mortífero a donde el protagonista y su mujer llegan –desde Madrid– para empezar una nueva vida; desde luego, las vicisitudes por las que pasan me hacen pensar en una novela con una fuerte carga autobiográfica.

AC: Creo que toda ficción, inevitablemente, tiene algo de autorreferencial. Es imposible que el autor no vuelque parte de lo que es en el texto, por más distancia que quiera marcar a través de distintas estrategias narrativas. Parte de lo que constituyó para mí el difícil proceso de repatriación a México tras ocho años de residencia en Madrid, y de construir un nuevo hogar en Yucatán, está sin duda presente en la novela, aunque magnificado, degradado, relativizado y me atrevería a decir revitalizado por medio de la imaginación, el humor y la ironía. Hay que ser precavidos al pisar una isla como Blanco Trópico, no caer en el engaño de que uno simplemente está reconociendo un territorio familiar.

EM: Blanco Trópico es adverso; aquí ni siquiera se consigue un sacacorchos en pleno 2004, y este hecho simbólico, pero real, sólo es una muestra de la patética cuesta-arriba que atraviesa el protagonista de la historia; entonces, hay que decirlo, el lector navegará por aventuras rocambolescas, ¿no es cierto?

AC: Sí, rocambolescas, desopilantes, por momentos patéticas y muy tristes, cargadas de miseria humana y soledad, pero también de ternura y esperanza.

EM: La realidad de Blanco Trópico nada tiene que ver con ciudades cosmopolitas como Madrid o el D.F., las otras referencias geográficas claramente definidas e identificables, en la novela, pero ¿es este lugar el paraíso donde, como en una isla desierta, Juan Ramírez Gallardo, alter ego de Adrián Curiel Rivera logrará ser feliz, finalmente?

AC: Bueno, esto es uno de los puntos medulares del argumento, que no se presta a una respuesta determinante y unívoca, sino a una variedad de interpretaciones que tendrán que ver mucho con las propias vivencias y puntos de vista del lector. En lo personal, considero que todos los paraísos terrenos son mutantes y esconden el infierno en su reflejo, hay que resignificarlos constantemente para que no pierdan su poderoso magnetismo o se conviertan en lo opuesto.

EM: Ahora sí, Adrián, aterricemos; Blanco Trópico es un símil de Mérida, Yucatán, por lo tanto, diría que es la primera novela que la retrata a fondo en un sinfín de cualidades y defectos, y en ciertos momentos me recordó a Palmeras de la brisa rápida, de Juan Villoro, sólo que él escribió una crónica desde la perspectiva de un viajero nieto de yucateca.

AC: En el caso de mi novela, considero que Blanco Trópico funciona en efecto como una especie de sinécdoque de Mérida, Yucatán, pero también de Europa, de América Latina o de cualquier sociedad occidental con aspiraciones, complejos y prejuicios similares en una etapa histórica de desarrollo informático y tecnológico que tiende, además, a la dictadura de la homogeneización. No se trata sólo de una crítica o ensalzamiento a los códigos culturales y sociales de la península yucateca, trasciende esa esfera, de hecho uno de los ramales del argumento central se relaciona con los avatares que Juan Ramírez Gallardo, en su calidad de economista, tiene que padecer por taras y deformaciones en la manera de entender y difundir la investigación universitaria. Blanco Trópico no sólo es una épica personal, también constituye una suerte de “novela de campus” que no deja especialmente bien paradas a prácticas y demagogias que están de moda en el ámbito de las universidades latinoamericanas.

EM: La capital del sureste que se distingue por infinidad de particularidades, empezando por su caluroso clima y las esporádicas rachas de heladez que en tu novela ilustras muy bien, tiene la fama de ser hostil ante la gente de fuera, no los turistas, sino los que se quedan a vivir aquí, ¿cuál es tu perspectiva al respecto?

AC: La ventaja de la literatura es que no hay por qué personalizar nada, ni establecer correspondencias exactas con eso que llamamos realidad. Es verdad que en Blanco Trópico he purgado muchas cosas, que ha significado un vehículo de expiación en muchos sentidos, pero esa isla (todavía más “aislada” que una península) se ha edificado sobre el mar, sus peligros e inmensidades, no sobre resentimientos específicos de la cotidianeidad. Al margen de esto, debo confesar que nunca, desde que me afinqué en Mérida a finales de 2003, me he sentido especialmente hostilizado por sus naturales, me parece que la estupidez y grandeza humanas se reparten en dosis proporcionales en cualquier sitio. Quizá sea porque soy muy distraído, no sé, y cuando me han agredido ni siquiera me he dado cuenta. Ahora, en cuanto al hogar de uno, estoy convencido de que no es sólo un espacio objetivo el que lo conforma, sino el nexo emocional y psicológico con que lo vamos modelando. Yo he ido modelando mi propia Mérida, como modelé Blanco Trópico de la mejor manera que pude, sin que una y otra pretendan ser equivalentes.

EM: Otro de los temas candentes de tu obra es la descripción del centro de investigaciones donde trabajas; digo, conozco el edificio y lo dibujas perfectamente. Sé que fuiste secretario académico y ahora acabas de terminar un año sabático, pero por sobre todo eso te apareces por sus corredores como un buen pirata, atento a los altibajos de la condición humana.

AC: Insisto en que no he pretendido hacer una fotografía fiel de mis experiencias como académico, que en contadas ocasiones sin duda han sido delirantes. Por supuesto que he tomado elementos de la realidad como materia prima para una reprocesamiento que, en última instancia, no deja de ser inventado. En la novela hay, por ejemplo, un vexilólogo y una vulcanóloga, especialistas en disciplinas que ni siquiera figuran entre las que imparten mis colegas de carne y hueso. Que alguien se sienta aludido representa, por supuesto, una posibilidad, en cuyo caso espero que nadie se ofenda y que sea capaz de entrever el enorme cariño que he puesto en la confección de cada uno de mis colegas imaginarios, más allá de que sus actos y contradicciones puedan mover a risa (y mucha). Una de las fuentes de inspiración para el diseño de este repertorio de personajes proviene del trato cotidiano con el personal académico y los alumnos, como he dicho, pero hay también referencias intertextuales, en particular una novela de Philip Dick, Laberinto de muerto; en la cual un cónclave de genios científicos aislados en un planeta, a la espera de que un satélite les informe cuál es precisamente su alta misión, comienzan a asesinarse movidos por la vanidad y los celos profesionales. Ahora, si a pesar de estas explicaciones, decidieran lincharme, lo sentiría por mi persona pero lo celebraría por la literatura. Como cuando a Vargas Llosa los militares de Leoncio Prado le quemaron ejemplares de La ciudad y los perros, confundiendo la realidad con la ficción.

EM: Por último, en la dedicatoria de tu novela aparece Jorge Volpi, un escritor “diva” de tu generación y, además, él presentará tu novela en la FILEY, y tú vas a presentar una suya, ¿será como una lucha de enmascarados, de esas que veíamos en las películas cuando éramos niños? ¿Qué lazo te une a él?

AC: Conozco a Jorge desde hace muchos años; padecimos juntos la carrera de derecho e infames trabajos burocráticos, y hemos compartido aspiraciones (ambos, por ejemplo, nos doctoramos en Letras en España) y la pasión por la literatura. Más que un escritor “diva”, estimo que Jorge fue el primero de nuestra generación en abrirse brecha a raíz de la obtención del Premio Biblioteca Breve por En busca de Klingsor. Como nuestro medio literario es beligerante y muy proclive a la envidiosa descalificación y al ninguneo, el éxito de Volpi provocó un remezón entre los colegas de todas las generaciones. Es verdad que luego él y otros escritores, entre ellos alguno cuyo trabajo también aprecio mucho, como Ignacio Padilla, aprovecharon el empujón para promoverse provocativamente como un colectivo de vanguardia que se levantaba contra la supuesta mediocridad imperante en nuestras letras. ¿Podemos culparlos por ello, por querer posicionarse como tantos otros grupos y mafias que actualmente sufrimos? Desde luego, yo he estado en desacuerdo, y lo he manifestado por escrito, con muchas de las posturas del autodenominado crack, y muchas obras puntuales me siguen pareciendo apresuradas o infladas. Pero Jorge y yo nos hallamos en un punto en que todas esas diferencias fructifican en un diálogo que enriquece nuestra amistad y nuestras distintas formas (a veces convergentes, otras discrepantes) de entender el mundo y la literatura. Hace tiempo quise dedicar a Jorge una novela, como él me dedicó Klingsor junto con otros amigos, pero al final no lo hice. Por eso lo hago ahora, para subsanar lo que estimo un error “histórico”. Que nos vayamos a presentar mutuamente es mera coincidencia, y por cierto disfruté mucho su última novela. Así que, más que una lucha entre enmascarados, o máscara contra cabellera, calculo que nuestro encuentro se parecerá más a un abrazo de Acatempan entre dos narradores ya no tan jóvenes que se admiran y respetan.

 

Blanco Trópico de Adrián Curiel Rivera, ya disponible tanto en formato electrónico (compatible con todos los medios a nuestro alcance) como en papel, se presentará en Mérida en el marco de la Feria Internacional de la Lectura Yucatán 2014 el próximo domingo 9 de marzo, a las 6 de la tarde en el Salón Ek Balam del Centro de Convenciones Siglo XXI con los comentarios de Jorge Volpi. Vayamos jubilosos, el trayecto hacia el autor no tiene pierde, pero para más señas les dejo la lista de sus obras, por si se deciden a buscarlo desde otras latitudes:

Novela

Bogavante. Brand, Madrid (2000) y Axial Colofón (2008)

El señor amarillo. Colibrí (2004)

A bocajarro. Conaculta (2008)

Vikingos. Libros Magenta (2012)

Relatos

Unos niños inundaron la casa. Cal y Arena (1999)

Mercurio y otros relatos. Scripta (2003)

Madrid al través. Tierra Adentro (2003) y Universidad Católica de Córdoba, Argentina (2008)

Quién recuerda a Doña Olvido (texto ilustrado). Axial-Colofón (2012)

Ensayo

Novela española y boom hispanoamericano. UNAM (2006)

Los piratas del Caribe en la novelística hispanoamericana del siglo XIX. UNAM (2010)

 

Sol Ceh Moo. Fototgrafía: Eugenia Montalván Colón

Mérida, 28 de febrero de 2014. En Yucatán, las mujeres mayas se tiñen el pelo de rojo y usan pantalones de mezclilla ajustados, plataformas altas y blusas de encaje. No todas, por supuesto, pero muchas siguen el último grito de la moda —al gusto local— y eso no extraña a nadie. El huipil es cosa del pasado, sobre todo para las más jóvenes y audaces, como la escritora Sol Ceh Moo, a quien acabo de conocer gracias a su hijo, un atento empleado del Centro de Salud de Mérida. Una tarde cualquiera llegué a su escritorio en calidad de paciente —preocupada por una picadura extraña en mi pierna derecha—; él estaba contento porque le acababa de llegar su tarjeta de crédito, y nos pusimos a conversar… Hallamos puntos de interés en común y más que eso. Pronto me dio el teléfono de su madre porque tenía que conocerla, obviamente. Sí, claro, había escuchado hablar de Sol Ceh Moo, y deseaba leerla. Hoy fue ese día. Acabo de terminar su libro bilingüe Tabita y otros cuentos mayas (Maldonado Editores del Mayab) recién salido de imprenta (en la página legal aparece el año 2013). Sol me lo obsequió ayer en un encuentro rápido que tuvimos frente a su trabajo, en la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Yucatán, donde realiza oficios burocráticos en el departamento de desarrollo cultural para los 106 municipios que conforman el estado. Sol nació en Calotmul, en 1974, escribe en maya –su lengua materna− originalmente, y su obra literaria es grande y comprometedora, y lo digo con la intención de ser tan clara como ella, capaz de denunciar en uno de sus cuentos una práctica aparentemente común en Yucatán, según dice: el incesto, tema de “X Ma Cleofas” (Cleofas. La anciana).

[…] los odios afloraron con mayores bríos al enterarse, por bocas extrañas, que el padre de ambas, madre e hija, tenía embarazada a su amada adolescente. El dolor frente a la noticia fue terrible, era como sal en una llaga abierta. No hubo necesidad de preguntas, el hombre al verla parada frente a sí, sintió el peso del reproche en el tamaño de la mirada. Ya tenía ganas de hombre fue única respuesta que obtuvo de su padre y marido a su airada protesta de madre herida y mujer humillada. Como si una gigantesca mano invisible la aplastara, bajó la cabeza mientras su cuerpo se iba doblando hasta caer sumisa al piso de tierra.

La propia Sol traduce sus textos al español, y aunque como podemos ver la redacción parece descuidada, sus historias tienen sabor y color, y seguramente son más intensas en maya, pero por desgracia todavía no aprendo esa lengua viva y poética que cada vez me atrae más. Desde luego, la autora es muy elocuente al describir cómo es su gente, cómo piensan y qué ideas viejas les resulta difícil erradicar. Para darles una idea, copio literalmente unas líneas de otro cuento: “X- Lo’obal yaan Evencia” (Evencia. La joven).

−Eso no puede ser niña, una mujer en regla no puede entrar a la iglesia, es una inmundicia, es un pecado, una falta a la santa iglesia. Además ya eres una señorita y la doctrina es otra cosa que se acaba.

−Si es algo natural, ¿no así dices, tiene que ser pecado? ¿Acaso a la virgen no le pasaba lo que a mí me está pasando?

La bofetada me movió la cara y me dobló el corazón La autora de mis días furiosa hasta más no poder se me quedó viendo con odio atroz.

En opinión de la escritora, la educación de los abuelos ha hecho sentir que muchas situaciones que han vivido y viven las mujeres es su culpa por estar rotas. La vagina, según los antiguos, es una ruptura del cuerpo, y la menstruación es una inmundicia ante los ojos de Dios. Ahora comprendo por qué quizá a veces no es fácil entablar una conversación con las mujeres de los pueblos; tienen la mirada triste y cansada, sedienta, diría yo. Y Sol me da la razón: “históricamente han sido tratadas como bestias de trabajo y por cada hijo que tienen se van devaluando como mujeres, eso es lo que piensan los mayores; ésta es una justificación de que los hombres las humillen dado que ellos también fueron enseñados a que así valen las mujeres”. El tema del maltrato no es cosa del pasado. Por lo tanto, la escritora asume como una tarea personal decirles a todas que nacer mujer realmente no es un pecado.

¡Vaya! En pleno siglo XXI, a punto de celebrarse otra vez el Día de la Mujer en nuestro querido México, y Sol y yo aquí, sumidas en las páginas de una realidad atroz; a pesar de todo ella está a punto de presentar su libro con manteles largos y yo, bueno, añorando subirme a un árbol de ciruelas nada más para ver qué me dicen, ¿acaso que voy a provocar que sus frutos se llenen de gusanos?

Claro, lo mejor sería hacer esta travesura con Sol Ceh Moo, allá en su pueblo, localizado entre Valladolid y Tizimín, donde —por cierto— estuve hace poco camino a la playa, donde me picó el asqueroso bicho que me dejó la pierna marcada hasta hoy, y cuya identidad atípica tiene en jaque a algunos investigadores, ¡no exagero!

Pero éste no es el tema: definitivamente quisiera que Sol me contara más historias allá, en su casa, para descubrir el origen de su avispada personalidad porque estoy segura que no nada más hace honor a su nombre que obligatoriamente escrito en maya es Kiin Kej Moo, “La luz del sol y la guacamaya”, en traducción simple al español, aunque ella acotaría: “yo le doy vida y brillo a los que me llaman diosa”.

Sol también es autora de la novela X-Teya, u puksi’ik’ al ko’olel (Teya, un corazón de mujer), publicada en la colección Letras Indígenas Contemporáneas del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Tiene un montón de obra inédita y otros libros publicados que ya reseñaré. En Facebook la encuentran con su nombre propio.

Tabita y otros cuentos mayas se presentará en la Feria Internacional de la Lectura de Yucatán (FILEY) 2014 el 13 de marzo a las 5 pm en el Salón Progreso del Centro de Convenciones Siglo XXI, con los comentarios del reconocido novelista guatemalteco Arturo Arias y la editora Roxana Maldonado.

Carlos Martín Briceño. Fotografía: Eugenia Montalván.

El calor y sus deleites

30 de enero de 2014. En Mérida, a veces en invierno nos sentimos como si fuera pleno verano; hoy es un día de ésos, y a Carlos Martín Briceño le encanta este clima bondadoso. Por más alterado que esté el termómetro universal, él sabe que en Yucatán casi siempre se disfruta de mañanas soleadas, diáfanas y electrizantes ¡Odia el frío! Al abrir los ojos, sonrió pensando que lo esperaba una junta de trabajo; también disfruta su papel de ejecutivo clase A, y le hace feliz tomar su lugar en la empresa y hablar de negocios codo a codo con la gente que mueve el timón de los negocios acá en el Sur de México. Entonces, después de bañarse, se deleitó con las caricias de su nueva rasuradora eléctrica al comprobar que realmente le deja un semblante impecable. También por eso se sintió contento, y con ese ánimo salió a la calle, en su flamante automóvil.

Rin, rin… sonó su celular de repente.

—Oye, Carlos, ya leí tu libro, ¿qué tal si nos vemos hoy y así te hago la entrevista de una vez?—. Ésta soy yo, en llamada de larga distancia, desde el Centro.

—Sí, de acuerdo, ¿está bien a las once?

—Claro, tomamos un café, si quieres.

Carlos vive en el Norte de Mérida, donde el aire circula relajado; mis coordenadas son otras: el primer cuadro de la ciudad, epicentro del caos que arma el transporte público, sobre todo los camiones, en manos de choferes prepotentes. Por supuesto, aceptó que nos viéramos de este lado, pero en un jardín. Se apareció con media hora de retraso, lógicamente comprensible. Traía arremangada la camisa blanca; por unos minutos —con los dos celulares sobre la mesa— asumiría el protagónico y estelar rol de escritor con libro nuevo.

Ficticia le acaba de publicar Moctezuma’s Revenge y otros deleites en la colección Biblioteca de cuento contemporáneo. Yo lo leí la semana pasada, acostada en la hamaca, como si estuviera de vacaciones, en pleno verano.

Sin preámbulos, con el tiempo contado, Carlos me cuenta el trasfondo de uno de los cuentos más picantes de su nuevo libro: “Zona libre”.

—Yo iba en la carretera y de verdad me estaba durmiendo, cuando de buenas a primeras una mujer de vestido rojo levanta el pulgar pidiendo aventón.

Sin analizarlo mucho, Carlos hace alto y ella, rápidamente se trepa, se abre la blusa, le expone los senos y, listo, él le dio 50 pesos o un poco más, quién sabe; la hizo bajar inmediatamente. No tolera la prostitución. El cuento salpica sudor, saliva y otros efluvios. Sin embargo, la trama sexual adquiere otro sentido cuando, al final, se descubre parte de la escena violenta quintanarroense en los límites con Belice.

—Es una frontera olvidada, donde absolutamente todo queda impune. De hecho —confiesa— en la empresa nos pedían que no viajáramos por allá después de las 6 PM. Las instrucciones son claras: No se atrevan a meterse por esa zona de Quintana Roo. Lo que sucede allá no sale en los periódicos.

Este cuento tiene un epígrafe de Agustín Labrada: “En casa esperaron las noticias del viaje” (el verso alude a la historia verídica de un desaparecido). Carlos define a Labrada como un auténtico chetumaleño, si bien es un periodista cubano que reside en esta frontera desde hace más de 20 años, y quien —por cierto— ahora está pensando en residir en Mérida, dadas las restricciones y finiquitos que para el gremio cultural acaba de imponer el gobierno de Borge.

“Matrimonio y mortaja”, en la página 95, es otra de las emocionantes narraciones de este libro y también sobrevuela sucesos reales: puros malos tratos y una alta carga de chantajes, intereses bajos e hipocresía. Claramente vemos a una joven mujer en situación triunfante a punto de enviudar. El marido, rico y exitoso (amigo íntimo del escritor) tiene los minutos contados en la cama de un hospital. Ella ignora que Carlos sabe la verdad:

—Yo nunca le dije relájate, no tienes que fingir, pero sí lo hice a través de las letras. Muchos de mis personajes hacen lo que los seres humanos quisiéramos hacer o dicen lo que quisiéramos decir y no nos atrevemos.

“Moctezuma’s Revenge”, el cuento que da título al libro, es trascendental. Fue Premio Max Aub (2012), y descifra un suceso erótico-sanguinario escalofriante que tuvo lugar entre Mérida, Playa del Carmen y Holbox. Carlos y su noviecita inglesa, llamada Paige —¿qué será de esta joven vida real?— hacen diablura y media sin medir las consecuencias.

De vuelta a la ciudad decidí mandarla a la chingada. ¿Qué necesidad tenía de ser tratado de esta manera? ¿No era yo quien pagaba todo? Me sentía mal conmigo mismo. Ya no era un muchachito. Fu un fin de semana demasiado caro como para terminar haciéndome puñetas.

Martín Briceño no pretende transmitir paz espiritual a sus lectores, lo subraya: “Tengo parientes que me dijeron que, por favor, ni siquiera los invitara a la presentación de mi libro. Piensan que cada vez estoy más enfermo”. Además, una compañera de trabajo le comentó: “soy depresiva y tus cuentos me hacen pensar demasiado, siento que leerte me puede dañar”. Pero eso no es nada. En pleno taller literario, una chava le preguntó: ¿No tiene miedo de que la gente crea que estas historias las ha vivido usted? ¿No le avergüenza? En lo absoluto, le contestó.

—Cualquier escritor que tenga miedo de mostrarse a través de las letras, que mejor no escriba. Si la gente piensa que el personaje central soy yo, no me importa, no tengo ningún problema con eso. No sé si es descaro o callo por el tiempo que llevo escribiendo, pero no. Ahora, otra cosa: para la gente que no me conoce, es difícil relacionarme con el escritor porque trabajo en una empresa.

—Y tienes look de…

—De ejecutivo bien.

Con esta respuesta, obviamente vuelvo a ubicar al escritor en las circunstancias que definí al principio: miembro de la junta yucateca de altos salarios y viajantes. En su pasaporte está estampado el visado chino, por ejemplo, y de allá también se trajo recuerdos…

“Made in China” huele a fritangas y por medio de él vemos el árido paisaje de la gigantesca industria que mueve al mundo; su perspectiva es la de un mexicano sensible consciente del declive:

—He llegado a pensar que la gente ya no debería tener más hijos. Yo fui muy valiente: tuve dos. Lo que se avecina para el mundo es oscuro, y no se trata de un pesimismo a priori, es un pesimismo que va in crescendo. Cada vez la gente está más desencantada de lo que sucede y cómo se desarrollan los pueblos. China es una tristeza, pues en Estados Unidos se respetan los derechos humanos y la ecología, tienen límites, pero en países como China, donde lo único que importa es el crecimiento económico, no tienen límite. Nadie dice nada. Es una dictadura. Si China es el ejemplo a seguir, el mundo está jodido. Mira qué diferente es Japón, pero ¿quién habla ahora de Japón? Se piensa que es un país de viejos, y seguimos el modelo de China porque es lo que quieren las grandes empresas. China se justifica ante los países europeos diciendo que es lo que ellos hicieron hace cien años, ¿es éticamente justificable? Yo creo que no.

—Ahora, en tu opinión, ¿cómo está el medio literario yucateco?

—En Yucatán, a mi juicio, faltan muchos talleres y falta que nos enfrentemos con el resto de la república. Yucatán se ha quedado rezagado en comparación con estados como Guadalajara, Monterrey, el D.F., y el Estado de México. Traigo a cuento las palabras de Rafael Ramírez Heredia: no te conformes con ser el escritor de tu localidad, porque aquí vas a ser muy aplaudido, pero desconocido en la república de las letras. Confróntate. Solo así puedes trascender, aunque te duela que te digan que no sirve lo que escribes.

La filosofía de Rafael Ramírez Heredia caló profundo en Carlos. Ahí donde el autor de La mara impartió su taller, ahora el alumno plantea sus propios argumentos para incitar a otros a escribir.

—Acuérdate que le costó mucho trabajo a Yucatán abrir los premios estatales de literatura a toda la república, y lo mismo sucedió con la bienal de artes visuales, pero los yucatecos tenían que confrontarse. Si viviera Ramírez Heredia me diría que asimilé bien sus enseñanzas. A mí nadie me puede venir a decir que el Premio Max Aub me lo dieron los cuates.

Exacto. Carlos Martín Briceño se desligó de la mafia estatal con su pluma tenaz afilada en aquellas pláticas de cantina con su maestro, cuando entre trago y trago le insistía: No te conformes con ser el Premio Calcetok.

Linda imagen. Tengo conocidos en ese pueblo de calles de tierra, entre ellos Max, de oficio albañil. Calcetok se conoce por sus piedras y sus grutas, pero realmente no es ni siquiera un destino turístico en el mapa yucateco.

Martín Briceño como autor de Ficticia se conoce también por Los mártires del freeway y otras historias (2006 y 2008) y Caída Libre (2010), obras a las que se accede al teclear www.ficticia.com.

Antes de Ramírez Heredia, creo, quien le metió la cizaña de la productividad fue Beatriz Espejo; en su nombre existe un premio nacional convocado aquí en Mérida, y él lo ganó en 2003. Desde otras latitudes, Gonzalo Rojas y John Banville también son influencia definitiva en su vida: nada le impide desvestirse, frente a sus lectores, en la primera provocación.

“Quizás, quizás” es otra muestra de ese temperamento altamente sexual con el que ya había impregnado otras aventuras. En éste la neta es que Elsa, su primera conquista, le dio el sí de buenas a primeras y acabaron en el hotel de paso más popular de Mérida cuando él solo tenía 19 añitos.

En fin, ya quedó claro que nuestro amigo es un goloso capaz de mojarse los dedos en la grasa caliente de la cochinita pibil para antojarnos con sus deleites. La mesa está servida, sus jefes no se van a enterar.

Mezcal. Fotografía de Eugenia Montalván.

Quizá para decir que me gusta tomar mezcal lo mejor sería escribir un poema breve; de esa forma apenitas sumergiría mi corazón en la copa y mi confesión quedaría muy bien, no sería nada escandalosa; nadie se ofendería. Además, así conjugaría mi pasión con el deseo de hacer literatura, lo que es válido para vaciarme o, mejor dicho, deshacerme de la suma de emociones que supone levantar la copita y decir salud, un acto en sí mismo oscuro que ciertas gentes no ven bien. Pero frente a la ingobernable poesía, sólo me mojo fantasiosamente los labios en la presencia del pulso de mi mano tratando de pergeñar los primeros versos sin beber mezcal, ahorita y aquí: a las 9 AM en el hotel X de una ciudad perversa, donde lo único que siento es un intenso olor a café. Tomo una taza tras otra: el intento de hacer poesía, completamente genuino, también combina con un americano light estilo moulinex, y confieso que aun frente mis reservas su sabor me transporta a la vinata de mi primo Luis, en Nombre de Dios, Durango. Siento el apretón de su mano y la serenidad de sus maduros ojos claros: ni azules ni verdes, güeritos como él, muy expresivos bajo el sombrero norteño que los delata.

La vinata queda en la vera del camino a la Ciudad de México, a mediana distancia de la nueva autopista a Zacatecas, por donde cruzan tráilers todo el tiempo… En la vinata de Luis a diario se juntan cuatro o cinco mezcaleros de buen carácter, trabajadores que aprendieron de sus padres el oficio de producir vino, como le llaman, a partir de los magueyes de los cerros, labor que también a ellos les enseñaron por herencia: amacizar muy bien el hacha, sosteniéndola con fuerza por el mango, con la vista clavada en el corazón de la piña y el espíritu elevado para agradecer la bendición de tener este fruto o esta flor salvaje a disposición, siempre y cuando se pague la cuota que establezca el dueño del terreno. Son hombres, y en mucho menor cantidad, de vez en cuando una mujer diestra, sujetos a su buena conciencia, sin contrato de por medio; comparten su experiencia por placer, a veces a cambio de honorarios y otras, de una parte sustancial de la producción para tener algo que vender en casa, en envases reciclados, al precio que dicte la benévola demanda.

La vinata huele a quiote, a fermentación, a humo y a tabaco: Pifas, el personaje más audaz de este clan campesino, fuma “Perros” ¿Qué tal la marca?         -¿Por qué no mejor “Faros”? Siempre se lo pregunto. No recuerdo si el nombre es realmente así de bravo, pero como quiera va y los compra en una carrerita, ahí cerca, ni siquiera tiene que ir hasta el Oxxo, ¡menos mal! Obvio, son los cigarros más baratos que se consiguen acá. Luis no fuma.

Aparte de ser muy buen jimador, Pifas domina con admirable tacto al viejo, el artefacto más sobresaliente y hermoso de la vinata, hecho de madera, fuerte como un coyote y negro del tizne que chupa en el proceso de destilación. En la presencia del viejo, los contenedores de madera destinados a la fermentación sumergidos en la tierra, el cazo, la pila de agua fría, la serpentina de cobre y cualquier otro objeto pasan a segundo término, ya no digamos el techo de lámina desvencijado, el petate y las cobijas del velador.

En la vinata, la producción diaria de mezcal se consume calientita, como va saliendo. Hay una banca de piedra clavada en la pared ex profeso para los catadores y uno que otro borracho: aquí rola sin tregua una original copita fabricada al vapor con el pico de una botella de plástico con todo y tapa: ¿coca? ¿pepsi? ¿bonafont? ¡La que haya! Pasa de mano en mano para deleite de las almas piadosas, entre quienes me incluyo, fiel a la creencia de que un poder supremo  impregna esta mítica bebida de los dioses hecha con agaves silvestres y destilada con leña virgen: troncos de madera maciza: encino y mezquite en el cocimiento, y astillas de sabino y pino en la destilación.

Fotografía de Eugenia Montalván.

Fotografía de Eugenia Montalván.

¿Y mi anhelado poema? Se atoró entre las pencas de un maguey cenizo, lo sé. Me ganó el tratamiento rupestre, primigenio, la familiaridad con la que el mezcal llegó a mi vida. Aunque viéndolo bien, este tema podría ser muy buen pretexto: el fraternal gusto por beber mezcal que compartimos Luis y yo, pero hay algo más: mi primo Luis cambió la agricultura y su tractor por hacer mezcal influenciado, en cierta medida, por mi hermano Gabriel y yo. Gabriel me llevó a Mérida la primera botella de mezcal de Nombre de Dios que probé. A partir de entonces quedé “tocada”, viajé a Durango, supe que recién habían integrado al estado a la lista de los que tienen denominación de origen y que aquí, donde viví muchos días de campo en la infancia, históricamente se ha destilado el mejor mezcal, por eso le pedí a Luis que fuéramos juntos a comprar una botella; mi propósito era platicar con los productores. Esa vez me llevó a donde Carmelo, pero no estaba; al que conocí fue a su hijo Rafael, quien llego en bici, quizá por la flojera de ensillar el caballo; aquella mañana tuvo lugar nuestra primera larga conversación con un mezcalero joven pura sangre.

Según el escritor Eusebio Ruvalcaba, el mezcal te restriega la belleza en la cara y te quita la venda de los ojos, es cierto. En otras palabras, un amigo músico llanamente dice que toma mezcal cuando se siente estresado; conociéndolo, pienso que con esa copita recupera –a plenitud– su perspectiva del horizonte. Pero en Durango conocí a un médico (propietario de un hotel) que diario bebe mezcal por salud y para mantener el equilibrio mental, tal cual. Sus amigos no lo comprenden; prefieren las bebidas de marca que se anuncian en la tele.

En Nombre de Dios, el mezcal sigue siendo cosa de hombres, por eso no es requerido en fiestas familiares; el dinero se va en cartones de cerveza y pastel, como en aquella boda en la que marido y mujer se subieron a una silla para alcanzar el décimo piso, donde antes de cortar la primera rebanada se tomaron una foto. Esa vez, la espectacular banda que amenizó la comida (en la noche tocaría otro conjunto) me dedicó una cancioncita cuya letra no juzgo: Dos botellas de mezcal.

Cuando me muera, cómo te agradecería que pusieras en mi tumba dos botellas de mezcal, porque sé que de morirme de una cruda sabes bien que es culpa tuya por no poderte olvidar. Todas las noches cuando agarro la botella, yo te miro dentro de ella y me pongo a platicar. Al rato siento que me abrazas y me aprietas cual si fuera cosa cierta. Te amo, te amo y no es verdad. Cuando al fin vuelvo de mis locos pensamientos empiezan los sufrimientos porque te busco y no estás. De mis ojos empieza a brotar el llanto porque yo te quiero tanto y no lo puedo evitar.

Amor y mezcal no son compatibles. El desamor y el mezcal, menos.

El mezcal es sacramental. Beber mezcal, como cualquier acto de indulgencia, purifica el alma, por eso –siguiendo la tradición– se toma en ayunas.

¿Y qué pasa cuando compartimos una botella con los amigos? Ahí toma forma su cualidad desinhibidora: el corazón se volatiliza, pero, créanlo o no, aterriza de volada, con expresiva pericia, la que en los poetas aflora a la hora de pagar el recibo de la luz, y la que en los mezcaleros admiramos cuando encienden el fuego para cocer el maguey, nuestro sustento.

Fotografía de Eugenia Montalván.

Fotografía de Eugenia Montalván.

Eugenia Montalván
Eugenia Montalván Es autora del libro Premio Casa de las Américas. 50 años – 11 entrevistas, investigación con la que se tituló como antropóloga con especialidad en lingüística y literatura por la Universidad Autónoma de Yucatán. Para 2014 prepara un libro testimonial sobre los contrastes culturales entre Yucatán y Durango, proyecto que surgió por iniciativa del programa Tierra Adentro.

Para ir leyendo...

Ilustración realizada por John Marceline

Llegó marzo y las jacarandas se llenan de flores, inicia el bullicio de las movilizaciones por el 8M, sentimos gusto, enojo y tristeza, por la visibilización extra que se le da a nuestras miradas y reclamos.
Secretaría de Cultura