Sergio Téllez-Pon
El ejercicio de la crítica literaria se ha banalizado. La mayoría de los medios cumplen con el requisito de ceder el espacio para que a personas que no tienen la preparación reseñen los libros que desesperadamente piden a las editoriales. Me gusta, sobre todo, pensar en la crítica literaria como la pensaba Lezama Lima: “la crítica se puede trocar en creación, no en capricho, apegarse a invisibles orígenes sin olvidar la corrección, sus ajustes”. Eso se propondrá este espacio.
La novela moderna, es decir, desde Cervantes a nuestros días, da cabida a todo. Como la definió una vez que conversé con Javier Cercas, la novela es una especie de caldo a la que le puedes meter todo. De allí que la novela sea el género moderno y comercializable por excelencia (una modernidad que, dicho sea de paso, ya tiene quinientos años). Creo que en ese concepto de novela-caldo es que debe considerarse La dueña del Hotel Poe, la novela más reciente de Bárbara Jacobs (Ciudad de México, 1947).
Un narrador que hoy goza de mucho reconocimiento me confesó una vez que él prefería los cuentos y novelas que se limitaran a contar una historia. Debo confesar que a mí, por el contrario, me atrapa más una novela demasiado literaria, en la que las referencias y la búsqueda literaria sean más evidentes, aunque no dejo de disfrutar una historia bien contada. Es por eso que con sólo leer la cuarta de forros, La dueña del Hotel Poe me atrapó y me interesé por leerla. Es una novela metaliteraria en la que hay un índice razonado que, volviéndolo un retruecano, es el razonamiento de un índice, al principio hay una novela con prefacio y postfacio dentro de la novela completa; hay diálogos con W, un personaje externo que ayuda al desdoblamiento de los otros personajes; hay una teoría sobre el género que se escribe; hay cartas a personas reales para invitarlas a una supuesta fiesta en ese hotel que alguna vez debió haber existido… Así, la novela es la protagonista de La dueña del Hotel Poe o, para decirlo con otras palabras, la historia que cuenta la novela es la construcción de la propia novela.
Por todo eso es que La dueña del Hotel Poe no es un working progress, como alguien ha dicho en una reseña reciente (Letras Libres, febrero de 2015). Es una novela cuyo tema es la propia novela, una reflexión sobre el género y el proceso de escritura, que se permite incluir libremente asuntos literarios, de manera que la novela que se escribe es la misma novela que se cuenta. Y esto no es nada nuevo, varios escritores lo han hecho recientemente (me vienen a la mente Piglia con Respiración artificial y Javier Cercas con su gran novela Soldados de Salamina), de manera que, lo que hace Bárbara Jacobs con La dueña del Hotel Poe, es inscribirse en ese exclusivo linaje.
La última y nos vamos
Esta es la última entrega de esta columna. Vista en retrospectiva, creo que me habría gustado escribir más sobre novelas ilustradas o de ciencia ficción, más sobre poesía, más sobre ensayo y crónica, pero finalmente el interés personal en ciertas obras, temas y autores se impuso a lo largo de este año y medio. Agradezco a René López Villamar por haberme invitado a colaborar en este espacio, a las sucesivas editoras (Avril, Maricruz, Andrea y, recientemente, Mitzi) por leer con lupa y publicar las entradas. Y al lector espero encontrarlo en otros espacios.

A principios de septiembre pasado, el Fondo de Cultura Económica celebró sus 80 años de existencia y me invitaron a participar en una mesa sobre “Jóvenes, comunicación y lectura digital”. Entre las varias cosas que dije fue que los booktubers se dedicaban a recomendar casi exclusivamente best-sellers. Desde luego, no critiqué su función, que me parece interesante (usar videos en YouTube, Instagram o Vine para recomendar libros) sino el contenido, que no pudieran recomendar otro tipo de autores y se dedicaran a hablar de libros irrelevantes. Al día siguiente empezaron a lloverme insultos, críticas y todo tipo de comentarios a mi cuenta de twitter; desde luego, no contesté a la gran mayoría. Uno de los pocos comentarios sensatos que me llegaron aseguraba que los booktubers se dedicaban a recomendar “libros para jóvenes”. En los videos que vi de esos muchachos un porcentaje muy alto de los títulos que comentaban seguían siendo best-sellers, ninguno de considerada calidad literaria.
Si, como me aseguraban en ese comentario que fue de los pocos que contesté, los booktubers recomendaban libros para jóvenes, entonces ¿por qué nunca mencionaban algunos clásicos como Oliver Twist o Grandes esperanzas, de Charles Dickens; Moby Dick, de Herman Melville; Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez? Incluso podrían hablar de la Odisea, que ya no recuerdo quién la catalogó como una novela de aventuras (seguramente por eso Borges la prefería sobre la Ilíada). ¿Y cuántos no iniciamos nuestra pasión por la lectura con El principito, de Antoine de Saint-Exupéry? Varios de esos libros se han publicado en ediciones ilustradas, aunque, claro, los booktubers preferirían que los hicieran películas. ¿Quién recuerda hoy El código Da Vinci, La chica del dragón tatuado o cualquier best-seller de temporadas pasadas? En uno de sus videos, un booktuber apenas en 2013 reconoció que ese año había leído El guardián entre el centeno y por eso lo elegía entre sus libros favoritos leídos ese año.
Para contrarrestar esa serie de lecturas insustanciales entre los jóvenes, conviene recomendar dos novelas de dos escritores considerados clásicos, aunque estas obras son las menos conocidas dentro de su vasta narrativa. La historia de la primera de ellas, El castillo de los Cárpatos, sucede en Transilvania, en el lugar donde se creo la residencia del mismísimo Conde Drácula. A diferencia de sus otras historias, Julio Verne se aleja de los temas científicos para incursionar en la fantasía y la magia al contar la historia de un pueblo que vive a la sombra de un viejo castillo abandonado al que los habitantes de esa población le adjudican infinidad de encantos. La superstición de los pobladores de Werst los llevará a una expedición hasta el castillo para confirmar, o no, los hechizos que le atribuyen; detrás de esa historia hay una más que esconde el verdadero sentido de ese castillo supuestamente encantado.
La otra novela, Secuestrado, del escocés Robert Louis Stevenson (autor de otro clásico para jóvenes, La isla del tesoro) cuenta la historia de David Balfour, quien luego de que mueren sus padres inicia una aventura que continúa con su huraño tío que lo retiene secuestrado en la vieja mansión familiar. En este caso, el trasfondo social en el que Balfour emprende su odisea es la guerra entre escoceses e ingleses y en el ambiente fantasmagórico de las Tierras Altas de Escocia —en el que supuestamente existen gnomos y otros seres fantásticos—. Ambas novelas se leen de un tirón, no sólo por sus apasionantes historias sino porque están impecablemente escritas (en este caso también traducidas), de manera que sus pocas páginas se leen rápido como si se tratara de esos voluminosos best-sellers que tanto leen y recomiendan los booktubers.
El cuerpo es una de las obsesiones más evidentes en la narrativa de Luis Panini (Monterrey, Nuevo León, 1978). No por casualidad uno de sus libros de cuentos se titula Terrible anatómica (2009). Y en sus recientes novelas, el cuerpo humano vuelve a ser el tema central: Esquirlas (2014) trata sobre la progresiva debilidad de una mujer que finalmente muere de cáncer y, ahora, en El uranista un viejo decrépito y maniático goza al observar los cuerpos jóvenes que muestran sus atributos sexuales y ciertos humores, como el sudor. La visión de Panini sobre el cuerpo es lúgubre, casi podría decirse dañada. No es curioso, por lo tanto, que en el edificio donde vive el viejo una noche aparezca una mano, evidentemente de un cuerpo cercenado.
En El Uranista, Panini lleva al lector durante un fin de semana en la vida del viejo para confirmar sus manías y obsesiones, que lo llevan a tener una vida aislada, lejos de los peligros del mundo (barandales con millones de microbios, fobia a los elevadores, poco contacto con los seres humanos que lo rodean, como sus vecinos). Es en ese mundo en el que el viejo lleva a cabo a escondidas, desde luego, dos de sus mayores de sus placeres: el primero, inocuo, el armado de todo tipo de rompecabezas; el segundo, nada bien visto, contemplar cuerpos jóvenes en revistas o folletos que recorta para su propia colección, pues en nuestra sociedad políticamente correcta un paidofílico es un enfermo, un “degenerado”, como varias veces se dice en la novela. Y cuando tiene la oportunidad de tocar un cuerpo joven sólo se da en una circunstancia extrema en la que no puede quedar como un enfermo sexual, aunque el temor sigue latente. Así, lo único que le produce placer al viejo también le provoca vergüenza, oscila entre el deseo y dolor, entre la autorepresión y la pena ajena.
Sin embargo, debo confesar que me costó trabajo entrar en las páginas de El uranista, algunas oraciones debía releerlas porque sus descripciones son perífrasis a las que les ayudaría recortándoles tanta paja; por varias palabras a veces llegué a pensar que leía una mala traducción de una novela publicada en una editorial española o, en definitiva, hay palabras mal usadas, como “incertitud” (p. 31), traducción literal del inglés “incertitude” que en español es “incertidumbre”, peccata minuta pero que parece que no pasó por un editor o corrector de estilo que la detectara y corrigiera. Como al viejo, también mi función de lector pasó por el placer y el dolor.
Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1940) es un escritor multifacético. En su ya larga carrera literaria, Piglia tiene en su haber novelas memorables, cuentos fabulosos y ensayos deslumbrantes. Para decirlo de otra manera, Piglia es un escritor completo, total. En esta Antología personal pueden apreciarse con facilidad cada una de sus etapas. Todas sus facetas son complementarias, unas a otras se retroalimentan para crear textos radicales, todas sus obras están en perpetua comunicación. No sé si en esta antología Piglia compiló lo mejor o lo que más le gusta de su propia obra, si sé, en cambio, que está todo lo que lo muestra mejor: sus temas recurrentes, sus teorías sobre el cuento, el estudioso de la literatura en discursos y conferencias, sus diarios, fragmentos de sus novelas y cuentos.
Tal vez, el Piglia memorioso es la faceta que encierra mejor al escritor. Desde 1957, inició la escritura de sus diarios y, al parecer, no la ha abandonado hasta nuestros días. En varias partes, quiero decir, en varias páginas de su obra, no pocas veces ha hecho referencias a ellos. Durante algún tiempo, algunas entradas de sus diarios las publicó en el suplemento cultural de El país, “Babelia”, y le han servido para hacer algunas anotaciones sobre algún tema (véase, “Notas sobre Macedonio en un Diario”, en Formas breves) o bien le han servido para algún relato (por ejemplo, “En otro país”, en Prisión perpetua) pero sus fieles lectores seguimos a la expectativa de que esos numerosos cuadernos sean publicados en su totalidad. En esta Antología personal, vuelve a darnos unas pocas páginas de ese ya mítico diario. Al hablar en “El pez en el agua”, un extraordinario relato, sobre Cesare Pavese —quien también escribió un diario— Piglia ha dicho: “Sólo quien escribe un diario puede entender el diario que escriben otros”.
“El pez en el agua”, uno de mis cuentos predilectos y por fortuna compilado en esta antología, es justamente otro de los ejemplos más claros en el que creo que se sintetizan todas sus ideas y gustos literarios: a su alter ego, Emilio Renzi, Piglia lo pone a leer los diarios de Pavese mientras huye y es perseguido por el fantasma de un amor imposible, así el relato se vuelve un cuento policiaco pues trata de dilucidar los motivos del suicidio del poeta italiano y está lleno de referencias literarias. Esa metaliteratura está presente en su mejor novela, Respiración artificial, en la que Emilio Renzi escribió una primera novela sobre un tío lejano del que escuchó disparatadas historias familiares; ese tío se llama Marcelo Maggi y en unas cartas que le escribe a Emilio Renzi le aclara la historia que han contado de él y de paso le confiesa que está escribiendo la historia de un traidor que fue secretario particular de un político autoritario del siglo XIX, y quien también escribe una historia después de haber escapado por el mundo… Es por eso que en el breve pero sucinto prólogo, Piglia puede decir que esta antología es el libro que mejor lo representa.
También es por todo lo antes dicho que el lector de Piglia debe ser avezado. Piglia quiere ver a su lector ideal como un investigador, como un espía que le siga la pista, que descifre sus gustos y entonces sólo así tendrán empatía. Como lector y editor de literatura policiaca, Piglia ha escrito su propia novela policíaca, Plata quemada, pero también el detective Croce, que investiga a la familia Belladona en Blanco nocturno, ahora le da la pauta para otros relatos incluidos en esta antología. En El último lector, Piglia ya ha visto a los lectores en situaciones límite, por ejemplo, ¿cómo lee un escritor ciego como Borges? En Antología personal se incluye el capítulo que escribió sobre el Che Guevara, un lector perseguido o un perseguido que lee, aunque en particular me parece que el capítulo más deslumbrante de ese libro es el que le dedicó a Kafka. Así, Piglia es de los pocos escritores contemporáneos que, además de enseñarnos a escribir, nos ha enseñado a leer.

El centenario de José Revueltas (Santiago Papasquiaro, Durango, 1914- Ciudad de México, 1976) tuvo la desventura de ser en día festivo pues Revueltas nació justo cuatro años después de que Madero se alzó en armas contra Porfirio Díaz, así que varios libros que se proponían conmemorar la fecha apenas alcanzaron a salir, y luego se precipitó el fin de año. Sin embargo, las semanas de festividades decembrinas en las que no hay mayor actividad cultural fueron un bálsamo para poder leer algunos de esos libros que ahora puedo comentar tranquilamente, sin la premura de la fecha y la entrega. Para empezar, hay que decir que en 1978 la hija mayor de José Revueltas, Andrea Revueltas, junto con Philipe Cheron, iniciaron la edición de las obras reunidas, mismas que fueron comprendidas en veintiséis volúmenes hasta 1987: prácticamente un libro por título. Ahora, por fortuna, empezó a circular una nueva edición, en sólo siete volúmenes se condensan todos aquellos títulos y se hace más práctica, menos dispersa, incluso más accesible (pues algunos libros ya estaban agotados), la obra de Revueltas.
Los primeros tres tomos contienen la narrativa conocida de Revueltas, seis novelas y tres libros de cuentos: en el primero, Los muros de agua, El luto humano, Los días terrenales; en el segundo, En algún valle de lágrimas, Los motivos de Caín, Los errores y en el tercero El apando, Dios en la tierra, Dormir en tierra y Material de sueños. Estos tres primeros tomos permiten leer sus 6 novelas alejadas ya del pensamiento de compromiso social que las impulsó y, sobre todo, de las polémicas facciosas que condenaron un par de ellas: Los días terrenales y Los errores. En Los errores, Revueltas hizo una crítica a la izquierda, palabras que suenan tan actuales pues a ratos parece que les habla a nuestros obtusos políticos de izquierda de hoy (además en 2014 esta novela cumplió 50 años de publicarse por primera vez así que el FCE la reeditó con el pretexto del doble festejo). Tengo para mí que Revueltas es, junto con Martín Luis Guzmán, el mejor prosista de la primera mitad del siglo XX. “Dios en la tierra” es un cuento que de principio a fin es un poema estremecedor, un poema redondo, y El apando es un relato de un solo y escalofriante párrafo, sin puntos y aparte, llevada al cine en 1976 por Felipe Cazals con un guion del propio Revueltas y José Agustín. Como han dicho otros críticos, en esta narrativa se encontrarán los personajes característicos de la obra revueltiana: ladrones, prostitutas, homosexuales, encarcelados, drogadictos, que a mí me hacen pensar que Revueltas es el Genet mexicano.

José Revueltas, Obra reunida, 7 tomos, Conaculta / Era, México, 2014.
Aunque escribió algunos poemas, Revueltas no fue poeta. En algún momento de su presentación, José Manuel Mateo los llama “piezas verbales” y creo que justo eso son. Algunos de ellos se dieron a conocer a finales de los años treinta en El popular, periódico en el que trabajaba su amigo Efraín Huerta, y nunca los publicó en un libro hasta que aparecieron en Las cenizas (tomo 4 de las Obras reunidas). Otros son versos garabateados en servilletas que, luego de escribirlos, Revueltas destruyó pero su primera esposa, Olivia Peralta, rescató literalmente de las cenizas. Así se construyó este tomito de poemas, El propósito ciego que apareció póstumamente, en 1979, y luego una reedición en 2001 (que es la misma que ahora se reedita). En un testimonio reciente, su hijo Román Revueltas lo recuerda como “un ser a quien los horrores del mundo lo sacudían verdaderamente en su interior”; varios de estos poemas fueron respuesta a algún sacudimiento. Dice Álvaro Ruiz Abreu en su biografía José Revueltas. Los muros de la utopía que “jamás se sintió poeta; sus versos fueron pasatiempo o descarga sentimental, no una función decisiva en su quehacer literario”; no necesitaba escribir poemas porque en su narrativa ya había suficiente poesía, como he dicho del cuento “Dios en la tierra”.

José Revueltas, “El propósito ciego”, Ed. José Manuel Mateo, Fondo de Cultura Económica / Era, México, 2014.
La Iconografía que también preparó José Manuel Mateo es una especie de crónica ilustrada de la azarosa vida de Revueltas. La cronología sirve de introducción más a la vida de Revueltas que a su obra: aparece retratado con su familia; en las Islas Marías siendo todavía un adolescente; en una serie de los Hermanos Mayo está sentado frente a su máquina de escribir tecleando con fruición alguno de sus textos; al lado de su amigo Efraín Huerta y de su hermana mayor, la actriz Rosaura Revueltas y la célebre fotografía cuando abandonó Lecumberri haciendo la V de la victoria con la mano derecha. Todo eso ayuda un poco para poder rastrear algunos textos que no están compilados en las Obras reunidas: recuerdo algunas cartas más a distintos personajes (que deberían ir en el ahora tomo 7) y un curioso ensayo sobre la obra del pintor Héctor Xavier (que tal vez podría estar en el tomo 4, dentro de la obra póstuma).

José Revueltas, Iconografía, ed. José Manuel Mateo, Fondo de Cultura Económica, México, 2014.
Por su parte, Álvaro Ruiz Abreu publicó en 1992 la primera edición de la biografía, que ahora, con el centenario, ha revisado, corregido y vuelto a circular. Ruiz recrea bien el ambiente familiar, la influencia de sus hermanos mayores: Silvestre, el músico, y Fermín, el extraordinario pintor cuyas obras ilustran las portadas de cada uno de los tomos de la Obra reunida; así como el ambiente de los años treinta en los que Revueltas inicia su militancia política en el Partido Comunista Mexicano; sus inicios literarios con cuentos a la sombra de Dostoievski; las varias encarcelaciones que sufrió, primero en la correccional de menores, luego en las Islas Marías y finalmente en Lecumberri; la persecución que padeció por parte de sus camaradas con la publicación de sus novelas Los días terrenales, luego por Los errores y con su obra de teatro El cuadrante de la soledad, cada una con su consecuente palinodia; su participación activa en el Movimiento estudiantil del 68 donde fue una especie de guía moral y, tal vez por eso, fue acusado de ser el autor intelectual de la revuelta estudiantil y su polémico y multitudinario entierro. Los muros de la utopía es, con toda seguridad, una de las mejores biografías que se han escrito en la literatura mexicana de un escritor mexicano del siglo XX.

Álvaro Ruiz Abreu, José Revueltas. Los muros de la utopía, Cal y Arena, México, 2014.
En el caso de Revueltas en la hoguera, Ruiz Abreu aclara que no es una “antología de lo que la crítica ha dicho sobre Revueltas” pues esa función ya la cumplió Nocturno en que todo se oye. José Revueltas ante la crítica (ed. Edith Negrín, Era / UNAM, 1999), sino “un muestrario de textos cruciales para empezar a leer su obra con la intención de que el lector tenga un acercamiento más íntimo o más preciso de ella”. En este libro están compilados dos curiosos textos de Pablo Neruda, el primero en el que desconoce a Revueltas por la publicación de la novela Los días terrenales y el segundo es una carta al entonces presidente Díaz Ordaz pidiéndole la excarcelación de Revueltas “porque tiene la genialidad de los Revueltas y también, lo que es muy importante, porque lo queremos muchísimo”. Además, una curiosa mención de Salvador Novo en una de sus columnas justamente sobre Los días terrenales, pero a Novo no le interesa el dogmatismo que condenaba esa novela sino el estilo que “se ha depurado, ágil, profundo, rico”. En Revueltas en la hoguera se incluyen una crónica de Elena Poniatowska, escrita a la muerte de Revueltas, y un lúcido ensayo de José Joaquín Blanco quien, al decir de Ruiz Abreu, fue “uno de los primeros críticos que recorrió el largo camino de los cuentos y novelas” de Revueltas, un hilarante relato de Héctor Aguilar Camín que fabula una apuesta y discusión dialéctica sobre la existencia de Dios, entre muchos otros.
Los lectores y críticos más jóvenes de Revueltas fueron llamados por Vicente Alfonso para conformar el volumen El vicio de vivir, pues lo cierto es que la obra de Revueltas carece de lectores jóvenes que la vuelvan a poner en el lugar que merece. Así, doce escritores jóvenes escriben sobre distintos aspectos de la obra revueltiana. Uno de los mejores ensayos es el de Eleonora Luna pues centra una disertación sobre el teatro y el trabajo para cine que hizo Revueltas; Luna considera que “su obra cinematográfica y teatral se desconoce, a pesar de su poder y rigor, de su gran aportación a estas disciplinas dentro de la historia del cine y del teatro en México”. El poeta Andrés Márquez, por su parte, en un breve pero sucinto ensayo disecciona el magnífico relato El apando, cuyo anhelo es “mover los espíritus”. Y así cada uno de los diez ensayistas restantes aborda un tema u obra de Revueltas: Mijaíl Lamas vuelve sobre los poemas reunidos en El propósito ciego; la poeta Claudina Domingo aborda la obsesión por la muerte en varios cuentos, la muerte asumida como “una sensación natural” por el autor que creó una literatura “del lado moridor”.
Aunque el centenario de su nacimiento ya pasó, nunca es tarde para volver a las páginas deslumbrantes de Revueltas.

Vicente Alfonso (comp.), El vicio de vivir. Ensayos sobre la obra de José Revueltas, Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2014.
Fotografía: CONARTE
En su nueva novela, La doble vida de Jesús (Alfaguara, 2014), Enrique Serna cuenta la historia de un político conservador de Cuernavaca que inicia una cruzada contra la corrupción, la violencia y los políticos coludidos con los narcos. Jesús, el protagonista, gana la candidatura de su partido pero, por otro lado, pierde el corazón por Leslie, una travesti que se prostituye y tiene una historia secreta.
Enrique Serna (Ciudad de México, 1959) es uno de los mejores prosistas, tanto en ensayo como en narrativa, de la literatura mexicana actual. Y ahora, con motivo de la reciente aparición de su nueva novela, platiqué con él al respecto.
Sergio Téllez-Pon (ST-P): Enrique, lo primero que me llamó la atención es que volviste al tono irónico, paródico de El miedo a los animales, ¿crees que la sátira es una mejor crítica en estas circunstancias sociales?
Enrique Serna (ES): Creo que ese tono nunca lo he abandonado. Quizá la similitud que encuentras es más bien por entrar en temas sociales, una novela que refleja más el contexto histórico-social, en eso sí estoy de acuerdo. Y, bueno, en esta novela hay un humor subterráneo, creo yo, en parte porque a mí me gusta narrar ocultándome tras bambalinas, no quiero hacerme presente en la narración porque me parece que puede ser más eficaz cuando el escritor no aparece, sigo la escuela de Flaubert, del “realismo objetivo”. De pronto en la novela hay una distancia irónica y creo que el conflicto de mi personaje entre su vida íntima y su vida pública pues se prestaba para un tratamiento de comedia que hay en varios momentos de la novela.
En otros momentos no, paso más bien a referirme a una tragedia social, a una tragedia delincuencial, la psicosis de inseguridad en la que hemos estado desde hace ocho años. Pero también hay elementos satíricos, sin duda alguna, en cuanto a las parodias de la demagogia de los políticos, también del lenguaje de los periodistas políticos y todo eso que hace que sea una novela un tanto carnavalesca.
ST-P: En el momento en que Jesús Pastrana toma posesión de la candidatura lanza su discurso y ese discurso me suena a la misma demagogia, es decir, el lenguaje es el mismo lenguaje demagógico que supuestamente quiere combatir…
ES: Es que es muy difícil, en un medio en el que todos mienten, que una declaración de este tipo tenga credibilidad, como la de mi personaje. Los lectores saben, porque realmente pueden entrar a su mente, que en su caso sí es honesto, él lo está diciendo de corazón. Quién sabe cómo lo interpreten los receptores de ese mensaje, aunque él tiene a su favor que sabe que tiene buena fama pública entre la gente de Cuernavaca y probablemente eso lo hace pensar que su mensaje será más creído que el de los demás.
ST-P: Y precisamente, ¿por qué ubicar la novela en Cuernavaca? ¿Es algo que podría suceder en Tijuana o Monterrey o en cualquier ciudad, o representa un escenario nacional?
ES: Es un microcosmos de lo que sucede a escala nacional. Escogí Cuernavaca porque la conozco bien, he vivido allí los últimos 15 años, eso me permitió reconstruir esas atmósferas ya con conocimiento de ellas. Y, además, en este caso coincide que el estado de Morelos, en general, ha sido una de las regiones más castigadas por la criminalidad impune en México, desde los años noventa hasta acá.
ST-P: Sí, de hecho, hace años hubo un gobernador al que se le encontraron nexos con los narcos.
ES: Sí, desde los tiempos de Carrillo Olea quien al parecer tenía un contubernio con el Señor de los Cielos, Amado Carrillo, de hecho, vivían en la misma manzana y decían que había túneles secretos que unían su casa con la de Amado Carrillo. Él sigue viviendo allá muy campante, yo a veces me lo he encontrado.
Y en la actualidad, a raíz de la ejecución de Beltrán Leyva, estamos muy cerca de Iguala, a cincuenta kilómetros, la misma organización criminal a la que le atribuyen la matanza de los normalistas opera en Cuernavaca, muy cerquita, en Jiutepec, que es donde Jesús levanta a Leslie… De modo que la ubicación en Cuernavaca también es realista porque es una ciudad que ha tenido ese tipo de tragedias.
ST-P: Por otra parte, sé que tus novelas siempre tienen un trasfondo filosófico o eso te propones, ¿nos podrías revelar cuál es el de La doble vida de Jesús?
ES: Hay un guiño irónico hacia el evangelio, sin duda, porque Jesús es un redentor social, pero es un redentor social al que digamos la moral conservadora podría calificar de depravado porque está locamente enamorado de un transexual. Por eso la titulé así, La doble vida de Jesús. Hay momentos de la novela en los que se dice que él tiene doce guardaespaldas que son sus doce apóstoles, etcétera… En el momento del acto de cobardía que le deja un terrible sentimiento de culpa por no haber defendido en la preparatoria a su amigo gay ante un bullyng, él está leyendo La vida de Jesús como antídoto para el efecto corruptor, según él, el de la represión que le dejó Demian, de Herman Hesse, que era un libro muy leído en la preparatoria (a mí me lo dejaron leer en la preparatoria), y que es un libro veladamente gay pero que, me parece, es bastante subversivo sobre todo cuando lo lee un adolescente ingenuo.
Entonces hay esa idea de que finalmente el legado de Jesucristo es simpatizar con las putas, con los forajidos y no con los fariseos. Y finalmente creo que este hombre, en ese proceso de liberación íntima y de liberación social que va a tratar de encabezar, se rencuentra no sólo con su destino más auténtico sino con el significado más profundo del evangelio.
ST-P: Hablando de la liberación íntima de Jesús, me recuerda a Fruta verde y a La sangre erguida y pienso que es otro de los afortunados recursos de tus novelas…
ES: Sí, claro. Yo creo que en toda novela en general es importante explorar la sexualidad de los personajes porque es un elemento muy importante de la existencia. En este caso, además, porque me parece que la vida íntima y la vida pública están muy interrelacionadas y una repercute sobre la otra.
En el caso de Leslie, me gusta el personaje por varias razones, una de ellas es para contraponerlo con su hermano gemelo: el narco, en términos de valor. Yo me pregunto quién tiene más valor: un travesti que se atreve a salir a talonear vestido de mujer o un narco que agarra una metralleta y que va a secuestrar a una persona indefensa.
ST-P: Y que siempre se está escondiendo, ¿no?
ES: Y que siempre se está escondiendo, exacto, entonces, digamos que el valor de personajes como Leslie, que finalmente nadan a contracorriente, que tienen que desafiar toda una moral que los condena, son muy importantes en un momento como el que vive México porque lo que necesita México es personas que naden a contracorriente. Y en ese sentido, creo que ella tiene un vínculo con Jesús, que está encabezando esta cruzada bastante “quijotesca” para tratar de expulsar de la ciudad donde vive a una mafia narcopolítica.
ST-P: Y este personaje redentor, ¿lo ves actualmente en alguien? ¿Crees que un político esté lanzando esta cruzada?
ES: Yo creo que sí pueden existir políticos honestos e incluso creo que pueden existir en todos los partidos, incluido el PRI. Aunque también creo que no los dejan llegar muy alto. En la actualidad hay una tendencia a satanizar a toda la clase política y ya ves que eso lo explotan incluso varios partidos que pretenden ser un “movimiento ciudadano”: nosotros no somos políticos, somos ciudadanos. Lo cual encierra un engaño porque obviamente quien se mete a la política, se convierte en político automáticamente, de modo que no creo que sea saludable satanizar a la clase política en general. Finalmente, las ambiciones de mi personaje son relativamente modestas: él no cree en las utopías redentoras, sólo cree en el estado de derecho. Y eso es algo que han logrado otros países latinoamericanos con un nivel de desarrollo parecido al de México, donde tienen una mejor impartición de justicia, no hay una anarquía tan terrible como la que se vive aquí. Por eso creo que ese personaje es verosímil aunque haya tal vez pocos en las ligas políticas actuales.
ST-P: Para terminar, Enrique, es evidentemente que esta novela no la escribiste la semana pasada (en lo que la escribiste y en lo que se editó) pero muchos pasajes parece que sucedieron ayer o que muchas frases fueron sacadas de los periódicos de esta mañana. Pero ¿te gustaría que tu novela se leyera aparte de las circunstancias sociales que estamos viviendo?
ES: Pues sí, claro, todos los escritores queremos que nuestros libros perduren, que no sólo se lean durante la temporada, de modo que ese es un anhelo que todos tenemos. Mientras la escribía tenía las antenas muy abiertas para captar cosas que estaban sucediendo: por ejemplo, me enteré del asunto relacionado con los médicos que estaban desapareciendo de Cuernavaca por una oleada de secuestros, creyendo los delincuentes que todo médico es rico. Eran cosas que yo, como una aspiradora, las aprovechaba y las metía dentro de la trama.
ST-P: O el caso de uno de los candidatos rivales de Jesús que tiene una novia que es una cantante de pop de nombre Alelí…
ES: ¡Claro! Sí, desde luego, porque a raíz de que el presidente actual, en base de este matrimonio, se colocó como una figura mediática, pues ya hay muchos que están siguiendo su ejemplo: el gobernador de Chiapas, que también está gastando millones y millones de pesos para lo que llaman los políticos “posicionarse”. De modo que esto ya se está convirtiendo en una epidemia. Y en mi novela hay una intención muy clara de ridiculizar este tipo de artimañas para encumbrar a políticos mediocres.
ST-P: Volviendo al punto, ¿hubieras querido que la novela se leyera bajo otras circunstancias o que saliera después, el próximo año, tal vez, con los ánimos más calmados y que esto ya sólo fuera anecdótico?
ES: Es una casualidad que saliera en este momento de efervescencia social, de protestas, porque en los primeros dos años del sexenio actual parecía que se estaba logrando un relativo control de la criminalidad y no se habían conocido grandes escándalos en este asunto. Y cuando yo ya había terminado la novela, cuando ya la había entregado, vino lo de Tlatlaya y luego lo de la matanza de Iguala que ha vuelto a poner este tema a la orden del día, entonces, más bien es una coincidencia.
Fotografía: Ramona Miranda/ Conaculta.
Iconoclasta, mordaz, irreverente, impulsivo, genialmente indiscreto, así se plantaba Huberto Batis frente al salón de clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, a disparar a mansalva en todos los frentes. Batis siempre tenía algo que contar del mundillo literario, de todos sabía al menos una anécdota, de todos tenía alguna indiscreción, del único al que siempre se refería en buenos términos era de su entrañable amigo Juan García Ponce. Eso sucedía hace casi 15 años y ya para entonces Batis bromeaba con una enfermedad en la sangre que, según dijo desde la primera clase, le habían contagiado los perros de su esposa, de manera que un día iba a llorar sangre como una virgen y entonces sus alumnos tendrían que apresurarse a ponerle un altar, encenderle velas y pedirle milagros.
Tal ingenio deslumbró al tímido estudiante que era yo en aquel entonces y, desde luego, me sedujo. Una de las tantas discusiones que tuve con Carlos Monsiváis, mientras trabajé con él, fue cuando le dije que me había metido a las clases de Batis en la Facultad, entonces, llegaba a contarle lo divertidas que eran, lo que contaba de tal o cual escritor y de las mentadas que nos lanzaba a sus alumnos. “¿Vas a clases o al chisme de lavadero?”, me asestó Carlos una vez. “Con Batis se pueden hacer muy bien las dos cosas”, le respondí con mi insolencia juvenil y él, como solía hacer, masculló quién sabe qué. En verdad las clases de Batis eran una bacanal de ingenio, un ejercicio que te forzaba estar al tanto, a parar las antenas y tener agilidad mental pues podía preguntarte cualquier cosa o asestarte cualquier insulto que no pocos contestaban, con lo cual el salón se volvía un campo de tiro.
Por esos años Batis ya no dirigía el suplemento cultural Sábado de Unomásuno (creo que lo coordinaba Noé Cárdenas). Sin embargo, Batis lo dirigió desde 1984, cuando todos los que habían creado el Unomásuno se fueron a fundar La Jornada, hasta el año 2000, cuando lo dejó en manos de Mauricio Montiel Figueiras. Durante esos años, el periódico vendía más durante el día que se publicaba el suplemento, en parte por sus textos polémicos, sus pleitos entre colaboradores en el “Desolladero” y, sobre todo, por su “Diván”, en donde aparecían retratadas mujerones en poca ropa. Sábado era un heredero directo de los suplementos culturales que empezó a publicar Fernando Benítez, en los años cincuenta, primero México en la cultura en Novedades y luego La cultura en México en la revista Siempre! (¿Ahora qué suplemento cultural está a la altura? Sólo uno, me parece: Confabulario). Así lo detalla Batis en las columnas que publicó en el desaparecido suplemento cultural Frontal y que luego reunió en Memorias del sábado perdido (Ariadna, 2006).
Años después volví a un salón de clases con Batis, a su Taller de Revista donde la metodología era prácticamente la misma, aunque ahora se incluía su arsenal de revistas y periódicos que llevaba y sacaba del portafolio. Por ejemplo, en una sesión nos habló largamente de S.nob, la revista que hicieron Salvador Elizondo y Juan García Ponce, de la que sólo sacaron unos siete números en 1962 (existe una versión facsimilar publicada por Aldus en 2004). En su Taller de Revista entendí lo que Batis había hecho realmente en Sábado. Para empezar, habían pasado todos, absolutamente todos los escritores que reconocemos hoy en día, en sus páginas habían hecho sus “pininos”, Batis les había abierto las páginas de su suplemento, como el ágora más democrática: Luis Zapata y José Joaquín Blanco publicaron por entregas su divertidísima obra de teatro La generosidad de los extraños; Naief Yehya había tenido durante años una columna —¡Ave María purísima!— sobre pornografía; Enrique Serna y Rocío Barrionuevo sus respectivas columnas; Guillermo Fadanelli y Xavier Velasco sus crónicas nocturnas en los antros y tugurios de la ciudad, Gustavo García y Leonardo García Tsao sus críticas cinematográficas. Además, las geniales ilustraciones de Eko de la Garza y las infaltables chicas del “Diván”. Todos ellos al lado de Gurrola, Elizondo, Alcaraz, García Ponce y el propio Batis. Muchos de sus alumnos de la Facultad vieron publicados sus textos por primera vez gracias a que Batis les abrió las páginas del Sábado. Es así como Batis se convirtió en el maestro de todos nosotros.
El próximo 29 de diciembre Huberto Batis cumplirá 80 años bien vividos, y desde ya lo felicito en esta modesta columna. ¡Salud, maestro!
Quienes conocemos a Luis Zapata (Guerrero, 1951) sabemos bien sobre sus varios miedos (a los temblores y a viajar en avión), sus fobias (a las ratas), sus achaques (la colitis) y sus adicciones (al cigarro). Sin embargo, no por eso deja de extrañarme que en su nueva novela Como sombras y sueños exista tanta erudición trash, como dijo Enrique Serna, sobre las enfermedades, el psicoanálisis, las medicinas o en general a los temores, totalmente válidos, de todos esos malestares que conducen a la muerte.
En Como sombras y sueños, Zapata le da voz a Orlando Barreto, un hombre depresivo que va contando las distintas etapas por las que pasa antes, durante y después de una más de sus depresiones. Con conocimiento de la causa, Zapata pasea al lector por los laberintos de la mente y eso, me parece, queda muy bien registrado en el lenguaje y en la narrativa que también va y viene en episodios muy azotados pero también en otros muy chuscos, creados en una especie de escritura automática (en algunos capítulos no hay puntos y seguido ni puntos y aparte, sólo comas). Esto es sin duda lo que más me ha gustado de Como sombras y sueños, ese vaivén, ese deambular por la mente y por la escritura.
La vida de un depresivo no fluctúa entre la vigilia y la vida onírica como la de una persona sana, sino entre sombras y sueños, como bien se dice en el afortunado título tomado de Cervantes. Lo que muchos no logramos comprender es que el cerebro también se enferma y que todos alguna vez hemos sufrido alguno de los distintos grados de depresión que existen. Con ese padecimiento, la vida física disminuye en tanto la vida onírica aumenta. Pocas cosas lo entusiasman a uno cuando está deprimido. Entonces, hasta parece una consecuencia lógica que la depresión devenga hipocondría, como le sucede a Orlando Barreto.
La enfermedad es un asunto íntimo, al que los tímidos (o “basuritas”, para usar un término angelicomariano muy caro a Luis) le tenemos miedo de nombrar, de pronunciar, cuanto más de escribir, de allí uno más de los méritos de esta novela fragmentaria de Zapata, pues hay que reconocerle el valor y arrojo para escribir esta obra de su vida como enfermo. Si ya en parte Zapata había intelectualizado el amor y el desamor en su novela En jirones (1985), ahora en Como sombras y sueños vuelve a esa intelectualización, es decir, al análisis, a la reflexión, a describir y desmenuzar con la cabeza fría esa enfermedad mental a la que tantos le tienen pavor pero de la que es necesario escribir para que los demás logremos entender un poco más de ella y de quienes la padecen.
Texto leído en la presentación de esta novela durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2014.