Tierra Adentro

Ilustración de Etel Castrejón.

 

 

 

A media noche, aterrado, débil y ponderando

extraños tomos de vetusto folclor olvidado— 

se mecía mi cabeza, casi en siesta, cuando una aldabada

sonó, como de alguien llamando a la puerta de mi habitación.

“Una visita,” murmuré, “llamando a mi habitación— 

solo eso y nada más.”

 

Fue en el gélido diciembre, lo recuerdo 

y cada agonizante braza arrojaba sobre el suelo su fantasma.

Ansiaba del alba la llegada;— en vano buscaba

que en los libros el dolor se disipara— dolor por Leonora perdida— 

ella, única y radiante, a quienes los ángeles tienen por nombre Leonora— 

sin nombre aquí, ya, por siempre.

 

Y el sedoso bisbiseo incierto de cada púrpura cortina

me inquietaba— me llenaba de fantásticos terrores jamás soñados;

por eso ahora, al ritmo ansioso de mi corazón, me repetía

“Es solo una visita insistiendo entrada a mi habitación;— 

solo eso, nada más.”

 

Acto seguido se fortaleció mi alma; sin titubear un segundo más,

“Caballero,” dije, “o dama, imploro me disculpe;

pero la cosa es que dormía, y tan gentilmente vino a aldabear,

tan levemente vino a tocar, a tocar a la puerta de mi habitación,

que no sabía si le había escuchado o no”— y la puerta abrí de golpe.

Frente a mí solo oscuridad, nada más.

 

Ilustración de Etel Castrejón

Ilustración de Etel Castrejón

 

Un largo tiempo las sombras frente a mí miré absorto, preguntándome, temiendo,

dudando, soñando lo que ningún mortal habíase atrevido a soñar;

pero el silencio no rompía y la calma no cedía,

y la única palabra ahí pronunciada fue el susurro, “¡Leonora!”,

esto susurré, y un eco susurro de vuelta “¡Leonora!” — 

Solo esto, y nada más.

 

De vuelta a mi lar giré, mi alma a llama viva,

y pronto escuché otra vez aldabadas, con más convicción que la vez anterior.

“Seguramente,” dije, “seguramente hay algo en el enrejado de mi ventana:

veamos, entonces, qué hay ahí y exploremos este misterio— 

que mi corazón se detenga un momento y exploremos este misterio— 

Es el viento, nada más.”

 

Abierto dejé el postigo cuando, en aleteo altivo,

se filtró desde sagrados días arcaicos augusto cuervo,

que sin reverencia ni minuto de retraso,

con apariencia de hombre y de mujer se asentó sobre mi puerta— 

se asentó sobre un busto de Pallas sobre mi puerta— 

se asentó, reposó y nada más.

 

Ilustración de Etel Castrejon

Ilustración de Etel Castrejon

 

De ébano esta ave embrujó una sonrisa a mi tristeza

con su grávido y severo semblante.

“Pese a que tu cresta esquilada y trasquilada está, tú”, dije, “no eres cobarde,

tétrico cuervo adusto y ancestral, traído del litoral de la Noche— 

Dime cuál es tu nombre en el litoral de la Plutónica Noche!”

Cito al Cuervo, “Nuncamás.”

 

Cuanta maravilla me causó escuchar al ave discurrir tan claramente,

aún si su respuesta poco sentido— poco significante fuera;

pues menester es decir que ningún otro ser humano

fue bendecido jamás imagen tal de pájaro sobre puerta— 

ave o bestia sobre el tallado busto sobre la puerta,

con nombre tal de “Nuncamás.”

 

Más el cuervo sentado solo sobre el plácido busto lanzó solo esa palabra,

como si su alma en dichas sílabas se vertiera.

Nada después comentó— ni una pluma aleteó— 

Hasta que en poco más que un susurro dije, “otras amistades el vuelo han emprendido— 

A la mañana él me dejará, como mis esperanzas.”

Luego dijo el ave, “Nuncamás”.

 

Sobresaltado por tan apta respuesta, que la calma rompió,

“Sin duda,” dije, “lo que dice es su único saber,

fruto del contagio suscitado por un amo miserable a quien desastres

fugaces le seguían hasta que en su melodía la melancolía brotó,

hasta que en las barcas de su Optimismo la melancolía 

de un “Nunca— nunca más” brotó.

 

Más el Cuervo aún embrujaba a mi tristeza una sonrisa,

una silla y un cojín conduje hasta ave, y busto y puerta;

y ya sobre el terciopelo, me dediqué a enlazar

fantasía con fantasía, pensando en lo que el ominoso cuervo antiguo— 

Lo que este severo, desairado, macabro, demacrado y ominoso cuervo arcaico

quería decir con “Nuncamás”.

 

Esto desde mi asiento cuestionaba, sin expresar una sílaba 

al ave cuyos ojos-brasas dejaban quemaduras en el núcleo de mi plexo pectoral

Esto y más me cuestionaba, con mi cabeza reclinada

sobre el terciopelo del cojín que la luz de lámpara bañaba

Más cuyo violeta terciopelo a la luz de lámpara bañándose 

ella sentirá, ah, nunca más!

 

Luego, creo, se densificó la atmósfera, bañada por invisible botafumerio

de lado a lado por Serafines balanceado, con pisadas pizcas sobre el alfombrado,

“Miserable”, bramí, “tu dios te ha prestado— con estos ángeles te ha enviado

descanso— descanso y nepente para tus memorias de Leonora!

Sorbe, oh sorbe el amable nepente y olvida a la incurable Leonora!”

Cito al Cuervo, “Nuncamás.”

 

“¡Profeta!” dije, “ser del mal— profeta aún, si ave o diantre!— 

Si El que tienta te envió, o si la tempestad a esta ribera arrojó,

desolada más impávida, esta baldía tierra encantada— 

a este hogar por el horror asediado— dime verdadero, te lo imploro— 

existirá— existe acaso en el monte de la alianza el bálsamo?—¡Dime, dime, te lo imploro!”

Cito al cuervo, “Nunca más.”

 

“¡Profeta!” dije, “ser del mal!— profeta aún si ave o diantre— 

Por los cielos que sobre nosotros doblan— por ese Dios de nuestra adoración— 

Di a esta alma de pena cargada si, en el perímetro del Aidén

se encuentra la doncella sacra que los ángeles llaman Leonora— 

si está ahí la única y radiante, a quienes los ángeles tienen por nombre Leonora.”

Cito al Cuervo, “Nuncamás.”

 

Ilustración de Etel Castrejón

Ilustración de Etel Castrejón

 

“Que sean esas palabras nuestra partida, demonio o ave,” yo exclamé, trastornado— 

“¡De vuelta vuela a la tempestad, al litoral Plutónico de la Noche!

¡No dejes ni una negra pluma como evidencia de la mentira proferida!

¡Déjame en mi soledad inquebrantada! —deja el busto sobre mi recámara!

¡Retira tu pico de mi corazón, despeja tu forma de mi puerta!”

Cito al Cuervo, “Nuncamás.”

 

Y el Cuervo, sin revolotear, sigue posado, sigue posado

sobre el pálido busto de Pallas justo sobre la puerta de mi habitación,

y sus ojos son los de un demonio en sueños,

y la lámpara sobre él lanza su sombra hacia el tapete;

y mi alma de esa sombra que sobre el suelo flota,

¡se levantará— nunca más!


 

 


Autores
(Estados Unidos, 1809-1849) Fue un poeta, narrador, editor y crítico literario, cuyos relatos cortos y poemas fueron especialmente determinantes en el contexto de la literatura decimonónica.
(Guanajuato, 1996) es poeta, traductorx y editorx. Estudió Escritura Creativa y Literatura en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Sus poemas han aparecido en Periódico de poesía.

Ilustrador
Etel Castrejón
(Colima, 1991) Estudió en el Instituto Universitario de Bellas Artes de Colima, con la especialidad en pintura. Se mudé a la ciudad con la finalidad de encontrar más oportunidades de crecimiento. Ha desarrollado el dibujo a través de diversos diplomados. Actualmente maneja su marca, ETEL.
Secretaría de Cultura