Foto: Víctor Sierra
Errar como un logro
Una de las muchas veces que visité a Luis Alberto Arellano en su domicilio emblemático de Filomeno Mata 8, me recibió con la frase “Estaba escribiendo unos textos que darán sentido a una generación”. A la larga, ese curioso recibimiento se volvió un chiste privado con el que nos excusamos cada que acudimos tarde a la puerta, a una lectura, a la cantina. Era también una coartada elegante que nos saludaba con los entendidos y desarticulaba los posibles reclamos de quienes ya se habían cansado de esperarnos. Si bien la frase de Arellano se integró a la colección de un argot secreto, esa primera vez la decía en serio.
Era el 2009 y varios acontecimientos daban una nueva dirección a la escritura de la obra (in)completa de Luis Alberto. Habíamos cursado un par de años de una maestría en letras y estábamos por terminar nuestras respectivas tesis; durante el mismo periodo acudimos a las sesiones sobre poesía latinoamericana que semanalmente impartió Eduardo Milán en el seminario de creación literaria que coordinamos y las prolongadas charlas después de esas sesiones; Luis Alberto era becario del Fonca donde fue cómplice de una generación de autores que, como él, estaban explorando otras posibilidades para la poesía mexicana. Estas circunstancias y otras más situacionales y efímeras intensificaron el ejercicio reflexivo de Arellano. Como producto de tales cavilaciones, Luis Alberto escribió su poemario Plexo, publicado hasta el 2011 y una serie de fragmentos y notas personales que después transformaría en “Cuerpos dolientes y poesía”1 y “Del orden precario y la violencia masificada”, reunidos en 2013 en una breve compilación de ensayos que tituló Fotogramas del Ocio Clase B.
En Plexo se advierten los primeros textos de una escritura posterior mucho más interesada en la polisemia y la incertidumbre, pero también el residuo de esas vacilaciones que caminaban en completo disimulo en sus libros anteriores y que interpretamos en un inicio como una influencia de la sintaxis de Vallejo o como el ritmo asmático de Rojas. La inestabilidad estaba presente desde hacía tiempo en la escritura de Arellano, sólo que en Plexo mostró sus efectos telúricos sobre el edificio poético de la tradición. Este es su poemario de tránsito hacia otros senderos menos transitados en donde podía ser ese “recién llegado al que le abren la puerta cuando la fiesta ya está en su apogeo”. Arellano aborda los poemas de Plexo como estridencias que ponen en crisis una idea terminada del poema con recursos a veces contraculturales, a veces barrocos, a veces conceptuales, porque le interesa oponer los mitos que lo formaron como escritor y proponer un exceso, un gasto innecesario que dé cuenta fallida de la crueldad exacerbada que se nos presenta como inherente a la Realidad. Son poemas en resonancia, en constelación (mecanismos que seguirán operando hasta sus últimos libros), son alegorías que trastocan la mímesis habitual que se identifica como medular en un poema de la tradición, por demás, insuficiente para referir la consecuente violencia contemporánea. Como él mismo resumiría, años después, en el prólogo de Fotogramas del Ocio Clase B: “Ante la degradación general de la vida civil, escribir ahora es una forma de resistencia que configura una negación del orden dado. Escribir desordena lo que el poder da como una situación acabada. Escribir es poner los puntos suspensivos a la narrativa que se nos ofrece como cerrada”. El sentido que anunciaba Luis Alberto para una generación es un sentido opaco frente al mundo ordenado y poblado de mitos que fundan una realidad feliz en donde priva la ley del más fuerte en todos los ámbitos posibles de la vida.
Cuerpos dolientes y poesía es un conjunto de fragmentos que refieren casos de violencia sistémica del gobierno panista de Querétaro. Tal saturación de atrocidades forma un contexto dentro del cual se produce la reflexión estética. Luis Alberto advierte en este ensayo que su oposición al Estado deriva de una acción poética. Las cárceles pestilentes y llenas de moscas se interpretan como recintos equivalentes a la tradición que niega toda referencia con la realidad; la creación de una realidad simbólica, de un canon o un ideal estético en la tradición guarda una profunda complicidad con las vejaciones y torturas dirigidas o consentidas por gobernantes paranoides. Arellano sintetiza un interés social con una praxis de escritura que desestabiliza el orden tiránico de la corrección política y poética. Consciente de que no hay un producto terminado posible en semejante dialéctica, asume una “búsqueda que no tiene un punto de llegada deseable”. Elige errar: transitar continuamente sin un destino determinado, abandonar el mapa y hollar veredas menos convencionales para la escritura. Pero también errar: equivocarse, admitir el fracaso como un “homicidio contra la dominación”2, privilegiar el error como un logro.
Tanto el poemario como los ensayos referidos comparten un instante común y obsesiones comunes en la producción literaria de Luis Alberto, y consolidan una estética más conceptual y menos condescendiente con la poesía mexicana de la tradición. Anticipan el trayecto cada vez más afortunado hacia el error, hacia la crisis de los valores definitivos que se nos hubieran inculcado a varias generaciones de lectores y escritores del país. Desmontan la metáfora vil que borra toda seña de identidad en la escritura, al tiempo que denuncia esas mismas prácticas ruines en los crímenes de Estado. Asumen una poética inseparable de una política en constante tensión, en producción continua de artefactos inacabados, contingentes, cuestionables como su mejor logro, con el propósito de obligar nuestra mirada y goce hacia el trayecto y no hacia el destino.
En la sincronía de estos textos fulgura el instante en que observé de cerca cómo se ampliaban las alternativas en la poética de Luis Alberto Arellano y quiero rescatar de mi memoria un acontecimiento feliz del que sólo quedan los vestigios materiales de su escritura. Esta lectura paralela de Plexo y de Cuerpos dolientes y poesía acontece como un recuerdo de la vida que compartí con un generoso amigo. En el peligro latente de sucumbir ante el hartazgo, el miedo, el vacío de la norma o formas de violencia más abyecta, me apropio de ese recuerdo. Gracias por compartirme la brújula hacia otros caminos, may the Force be with you, Master Jedi.