Tierra Adentro

Titulo: Desagüe

Autor: Diego Rodríguez Landeros

Editorial: Secretaría de Cultura / Dirección General de Publicaciones / Fondo de Cultura Económica

 

1. Se necesita mucha fe para creer que fundar la capital de un imperio sobre un lago es una buena idea. Con los siglos, el asentamiento devendría capital de un país (en aquellos tiempos inimaginable, cabe mencionar, en descargo de los involucrados), y los problemas no harían sino acumularse. Confianza en los dioses, la humana interpretación de sus mensajes, los recursos tecnológicos, la dominación de los elementos, la modificación impune del ecosistema. El antiguo Distrito Federal, la más antigua Tenochtitlan, es una suma de obcecaciones, microuniverso que en poco menos de 1500 kilómetros cuadrados ofrece un muestrario de maravillas y horrores, cimas y abismos. Mezcolanza, caos, centro, distendido Aleph.

A estas alturas de los discursos que hacen hincapié en lo regional, lo comunitario, la naturaleza híbrida de las identidades, es oneroso afirmar que alguna de las representaciones estéticas de la Ciudad de México retrata la totalidad del ser mexicano; lo menciono porque casi siempre que se habla de la gran novela mexicana, se piensa más bien en la gran novela defeña. También a estas alturas, el sueño de la gran novela nacional suele parecernos un deseo que perteneció a otra generación, y que, hechas las cuentas de las propuestas actuales, resulta inoperante. Prácticamente nadie sueña con escribir la novela que abarque, en quinientas páginas de apretada tipografía, el país entero. Sostenían este ideal necesidades literarias y extraliterarias —la crítica, la industria editorial, la sociología, la Historia— y personajes a quienes les hubiera venido bien anunciar, reconocer en primer lugar o construir un discurso totalizador alrededor de una simplificación como esa: la identidad completa de un país que, deslindado de sus áreas adyacentes, centrifugado de sus hibridaciones, se presentara de forma sencilla, portátil, y se pudiera individualizar, para entenderlo completo y de una vez.

Hoy reconocemos en la Ciudad de México una región literaria más de las que conforman el mapa actual de nuestras letras. Hay libros que han tomado a la capital como personaje, motivo principal o estrategia narrativa. Desde la fundacional La región más transparente, de Carlos Fuentes, narración coral que cuenta el paso de la urbe a la modernidad, pasando por Los detectives salvajes, colmena de historias que se sostienen y se generan unas a otras en el hacinamiento urbano, hasta la saga policiaca de Bernardo Esquinca —compuesta por La octava plaga, Toda la sangre, Carne de ataúd e Inframundo— que da cuenta de los sustratos temporales que conviven en el presente de la ciudad. La novela chilanga, defeña, del centro —el adjetivo para designarla es elusivo, lo que me lleva a pensar en que durante mucho tiempo la concebimos como la parte que definía el todo— cuenta con narradores que la han tomado como el gran y caótico escenario de sus historias: Guillermo Fadanelli (¿Te veré en el desayuno?) y Juan Villoro (El vértigo horizontal), como ejemplos puntuales.

2. Desagüe, primera novela de Diego Rodríguez Landeros (Mazatlán, 1988), despliega una nómina de historias que tienen como hilo la presencia del agua en la región donde coinciden la cuenca y el valle de México, así como la lucha, que dura ya cinco siglos, de la civilización que se asentó ahí por domesticar los ríos y lagos.

Dividida en dos partes, “El kilómetro cero” y “La historia de Dios”, la novela participa de los materiales del ensayo (crónicas históricas, datos científicos, biografías, reflexiones en torno a problemas hidráulicos) y de la ficción narrativa (relatos, atisbos de estructura novelística, estampas, personajes).

Cuidándose de establecer un centro inapelable que le permita al lector rastrear sin margen de error sus derivaciones, su estructura coincide con su tema: la trama de la novela fluye, cambia de apariencia en varias ocasiones, se desdobla en afluentes secundarios, pequeños ríos que contribuyen con el agua de su narrativa a ensanchar un cauce principal. De esta manera, los capítulos no tejerán tanto una ceñida celosía como un sistema subterráneo de vasos comunicantes, en donde se confundirán poco a poco las temperaturas de la Historia con la invención, hasta ofrecer un paisaje natural repleto de deshielos, manantiales, lagos.

Desagüe se presenta como una novela de tema, en la que caben variaciones y deslizamientos, para contar la historia de una ciudad que, desde sus avatares fundacionales, sobrevive a la terquedad de sus gobernantes y habitantes, olvidadizos de la furia de la naturaleza, empeñados en demostrar que la raza humana está dispuesta a todo con tal de no darse por vencida, incluso perder y no reconocerlo. El libro de Rodríguez Landeros, aunque podría leerse como la lucha de la humanidad por abrirse paso y establecerse, me parece en realidad una historia parcial de la necedad humana, retrato fragmentario de su ego conquistador y urbanista.

Por el lado de la crónica histórica y el ensayo encontramos la vida de Adrian Boot, ingeniero holandés que arribó a México en 1614 para inspeccionar las obras del desagüe del Valle de México, y que murió loco, seguro de que en el mapa hidrográfico de la región se delineaba la silueta de la Bestia del Apocalipsis. A Porfirio Díaz, “el Fausto mexicano”, quien luego de más de una década de empeño inauguró en 1900 el kilómetro cero del sistema de canales de desagüe. A Enrico Martínez, alemán nacido en Hamburgo, cosmógrafo del rey de España, que tras su llegada al Nuevo Mundo ganó, en 1608, una batalla contra las aguas del valle, y quien a raíz de su posterior y definitiva derrota cayó en desgracia, en la cárcel y en la ignominia. La lectura del Danubio de Magris, de cuyas páginas se entresaca la irónica parábola que propone que el manantial de donde nace el río homónimo es, quizá, una vieja llave de tubería que no cierra bien.

Por el lado de la ficción tenemos la historia del duelo de Indra, cuya novia, Ixtab, se suicidó en el kilómetro cero, aventándose al caos de las aguas negras; Indra recorre la ciudad y analiza la historia y construcción del gran canal, mientras intenta decidir si seguir o no los pasos de Ixtab. El doctor Winfried Georg Austerlitz, profesor de la UNAM, que además de impartir un seminario sobre las reacciones que producen los edificios en las personas, fuera del aula dicta cátedra a bocajarro sobre el tema que le pase por la cabeza. La historia de Dios, habitante lumpen de la periferia que pasa sus días entre la molicie y las drogas, y cuya vida de aventuras empieza cuando es encerrado en la cárcel, después de rescatar heroicamente a los sobrevivientes de un accidente de tren.  El escandaloso fulgor y la anónima muerte de un sicario de Zumpango. Las historias del Murciélago y del Plástico, reos con el don de narrar anécdotas y mitos inesperados. La aparición de Agustín, “filósofo y confesor de la ciudad”, quien en una cantina del Centro Histórico confronta a Indra con su propia pena mientras conjetura el fin de la ciudad que se hundirá bajo las aguas.

3. Al referirse a la diferencia entre información y narración, Ricardo Piglia afirma que es necesario suspender la información, pues está no ofrece sentido en sí misma, dado que un dato o hecho se conecta con otro y la cadena puede extenderse hasta el infinito. Es sólo cuando la información se suspende que una narración específica aparece y luego termina, dotando de sentido la dispersión de la realidad, proponiendo un inicio y un final (es decir un sentido, en sus acepciones de dirección y de significación). La apuesta de Desagüe por una noción de caos, una forma híbrida, falla al no lograr homogeneizar los fragmentos que la conforman. El exceso de datos y fichas suspende la confección de la ficción. La información que no se asimila salta a la vista y rompe el ritmo. Esto se percibe en los discursos forzados de los personajes, la falta de ilación de los episodios, y en el hecho de que incluso los sueños y los fantaseos derivan en una descarga de información que quizá en otro sitio, con otra presentación, resultaría interesante, pero aquí detiene el avance del relato.

La importancia de dominar un tema es relativa en comparación con la trascendencia de la búsqueda formal. El saber no es lo central, sino la técnica. Y Desagüe adolece de una falta de rigor para dejar fuera materiales que no terminan de embonar. Además, el trazo de la mitad de los personajes resulta tenue, sus historias son ofrecidas de forma esquemática, repetitiva (Indra en realidad no termina de volverse presente, ni de conmover); su historia no avanza, pues consiste únicamente en un ritornello al kilómetro cero, el puro patetismo de un duelo no superado. La información, de nuevo, suple a otros desarrollos de personajes, como el doctor Austerlitz, que funciona apenas como un dispositivo de exposición, y no como un ente de acción y pensamiento singulares.

Sin embargo, es en la segunda parte donde noto que la ficción remonta, se hace más presente, con la picaresca historia de Dios como base, en cuyos alrededores los elementos discordantes logran armonizar. Cuando se plantea como forma estética, el caos necesita revestirse de encanto o terror, y ofrecer un rostro, y en esta parte la narración lo consigue. En ella, la voz narrativa incursiona con más acierto en disquisiciones y cuestionamientos, y los vuelos líricos abonan al paisaje.

Quizá la ambición de la novela no alcanza a cumplirse porque lo que resalta en la primera parte son los tumbos de la investigación, y esto retarda la entrada a las minucias de las historias particulares (Indra, al final, es un testigo mudo, y una excusa para el coleccionismo expositivo de fichas, pero no consigue mostrar la naturaleza de la decisión de Ixtab). Quizá en la segunda parte la narración sale mejor librada, luego de poner en orden las referencias, ensayarlas, y finalmente desatar las posibilidades narrativas de algunos personajes.

La lectura resulta irregular, pues el ritmo desaparece por momentos. Para ofrecer una experiencia estética, lo caótico necesita hacernos presentir su diseño. Dejando de lado el exceso de información, me parece que Desagüe ofrece un recorrido interesante por las necias y espectaculares batallas entre urbanismo e hidrografía que han sucedido y suceden en la Ciudad de México; además, podemos encontrar entre sus páginas algunas historias con encanto y misterio, de personajes que ven en el horror del caos urbano el dibujo de su destino.

Secretaría de Cultura