Arreglo floral y bandera, en la sede donde se desarrolló el Primer Congreso del Partido Comunista de China, Shanghai, China. 4 de agosto. Créditos a Banfield. Creative Commons Attribution-Share Alike
La dinastía del partido: a cien años de la fundación del Partido Comunista Chino
Un dron sobrevuela un campo en alguna provincia rural (pero hegemónica) de la China comunista. El dron anuncia a una pareja de campesinos, a plena labor de siembra, que no es recomendable estar fuera de casa sin cubrebocas, que tomarán las medidas apropiadas. “Esto es una pandemia,” dice el dron, “y estamos aquí para ayudarles”.
El video circuló por las redes sociales a principios del año pasado, momento en que la pandemia ocasionada por el virus SARS-Cov-2 comenzaba su propagación. Desde ese momento, el Partido Comunista Chino (PCCh), en ciernes de su centenario, anunciaba al mundo que, si bien el estremecimiento global que se avecinaba había tenido su origen en una de sus más grandes ciudades, ellos harían todo lo posible por contenerlo. Así comenzaba el auge de la exportación cultural China más importante desde la seda: el biocontrol.
A cien años de su fundación, el PCCh ha logrado lo que pocos países dentro de masas continentales importantes han conseguido: una contención de casi el cien por ciento del virus dentro de su territorio nacional. Según estadísticas de la facultad de ingeniería y ciencia de la universidad de John Hopkins, China es uno de los países con menor cantidad de casos per cápita, sumando apenas siete casos y menos de una muerte por cada cien mil habitantes.
La sospecha, sin embargo, es tangible. El video resultó ser falso, una campaña de propaganda más, esta vez utilizando como su medio no los carteles y los conmovedores slogans, sino las redes de transmisión viral que son el internet. Las críticas hacia el PCCh por su manipulación y secretismo que emergieron durante 2020 parecieran estar dirigidas hacia el lugar casi correcto, ignorando por demás, o prefiriendo no ver, los aspectos verdaderamente criticables del PCCh.
El PCCh representa para ciertos teoristas un sistema de dominación ideal, en tanto su origen y visión se arraigan en una historia milenaria, en la que el poder, las revueltas y los símbolos. Es de especial interés el caso del movimiento neoreaccionario, o NRx, una facción radical del pensamiento aceleracionista impulsada, entre otros, por Nick Land, el mismísimo patriarca del aceleracionismo. En entrevistas, Land ha descrito a China como una sociedad lanzada de lleno al aceleracionismo, cuya forma de pensar está fijada en el futuro.
El aceleracionismo, en su forma más básica, aboga por la aceleración del desarrollo capitalista y tecnológico. En qué desemboca esta aceleración es una de las cuestiones que dividen en dos a esta filosofía. Por un lado, están quienes plantean que esta aceleración desembocará finalmente en la caída del capitalismo y que la tecnología nos dará las herramientas para construir un futuro post-capitalista. Del otro lado se encuentra quienes abogan por la intensificación indefinida del capitalismo a fin de llegar a una “singularidad tecnológica”, es decir, un punto en el que el crecimiento tecnológico sea irreversible e incontrolable.
Dentro de la segunda ala, denominada aceleracionismo de derecha, se encuentran el NRx, adoptado en años recientes por facciones de ultraderecha violenta. Sin embargo, su fanatismo por la doctrina se quedaría demasiado corta para las miras de Land, cuya filosofía nada tiene que ver con raza, sino con poder y deseo, entendidos desde un análisis expandido de Deleuze y Guattari. Sobre la modernidad, Land escribe desde China, su actual residencia:
Aunque establece algo parecido a una nueva normalidad, se despega decisivamente de cualquier forma de estado estable. Nos muestra ondas y ritmos, pero subsume estos ciclos en vez de sucumbir a ellos. A medida que nutre la especulación apocalíptica, complica continuamente la anticipación de un “fin de los tiempos”. Engendra una modalidad del tiempo e historia previamente imprevista, caracterizada por una transformación direccionada en constante aceleración, cuyos índices son el crecimiento cuantitativo y la innovación cualitativa.
En la introducción a Fanged Noumena, la colección fundamental de escritos de Land, sus editores escriben que, “de forma sorprendente, el despegue auto-sofisticante del meltdown planetario se vuelve ahora un accesorio del capital cultural”. Si los grupos anarquistas hablan de la cancelación del mañana, Nick Land y Xi Jinping comparten una fe aseverada en el futuro. El plan de tres periodos propuesto por Jinping es testimonio de una nación cuya capacidad de mirar hacia el futuro lo hace sin olvidar su pasado. Cambian, evidentemente, las tácticas, pero no la estrategia. Jinping asegura que para 2050, China se habrá convertido en una potencia mundial. El año pasado marcó apenas el final del primero de los tres periodos del plan de Jinping: 2010-2020, 2021-2035, 2036-2050. Esto plantea la pregunta: ¿es la ambición china un sueño inalcanzable o una realidad previsible?
El hecho de que China se concentre en el futuro no debería suscitar ninguna sorpresa: ninguna nación occidental se acerca en términos de temporalidad a la historia que China sostiene. Si bien es una historia turbulenta, llena de fracturas y restituciones, es también una historia administrada y vigente, que no fue cooptada por colonizaciones o procesos de palimpsesto cultural. Los más de tres mil años de historia china no son peso muerto para sus gobernantes. Aquí valdría la pena ahondar en un último ejemplo y un último concepto: la persecución del Falun Gong y el Mandato del Cielo.
El concepto del Mandato del Cielo (tiānmìng) tiene que ver especialmente con la revuelta popular. La idea difiere de nociones inherentemente occidentales que pueden confundirse en nombre: si el “derecho divino” de los reyes europeos aseguraba a una línea de sangre entera el derecho para gobernar un reino, el Mandato del cielo ponía en tela de juicio la gobernancia de una dinastía: al buen gobernador se le concedía este “favor del cielo”, mientras que al mal gobierno se le removía. El factor determinante para establecer si un gobierno era bueno o malo era la revuelta popular. En palabras de Elizabeth J. Perry, académica especializada en el tema, “en la China imperial, aquel que pudiera arrebatar el trono por fuerza ganaba la sanción confuciana para su mandato; como dice aseveradamente el proverbio, ‘Aquel que tiene éxito se vuelve rey o marqués; aquel que falla se vuelve un forajido.’ (Perry, 2001)
Es decir, si una revolución triunfaba, significaba que el gobierno carecía del Mandato del cielo y, por ende, no era apto para seguir gobernando. Dichas revoluciones (y esto lo especifica también el confucianismo) triunfarían solo al abolir los lineamientos de clase impuestos por la élite dominante, uniendo al pueblo.
En este sentido, las revoluciones chinas de principios del siglo pasado, incluyendo la revolución de Mao Zedong, se apegan a los lineamientos que prescribe el confucianismo: intelectuales, obreros y comerciantes se unieron en distintas olas para derrocar, primero, al imperio, y, más tarde, a la nueva república. Pero una vez conseguido el triunfo, el PCCh desarticuló una vez más las conexiones sociales para establecer un orden jerárquico y con pocas posibilidades de interacción entre clases.
Es en este contexto en que la persecución del Falun Gong se vuelve tan interesante. El Falun Gong, o Falun Dafa, es una religión nacida en los 90s basada en el qigong, una disciplina que combinaba técnicas de respiración y artes marciales. En un principio, la novedosa religión estaba bien vista por el gobierno central, quizás en parte porque las disciplinas qigong fueron un componente recreativo central del PCCh en sus inicios. Sin embargo, a medida que el Falun Dafa creció, el gobierno central cambió su postura radicalmente.
Lo que inició como una campaña de propaganda en contra del Falun Dafa culminó famosamente en una de las manifestaciones pacíficas más grandes de la historia moderna de China. El 25 de abril de 1999, alrededor de 10,000 practicantes del Falun Gong se reunieron a las afueras del Zhongnanhai, la oficina central del PCCh, para pedir que su religión fuera reconocida oficialmente y que la campaña de desprestigio terminara.
Si bien la protesta concluyó de forma pacífica, los años siguientes marcaron un cambio más notorio en la postura del gobierno de Deng Xiaoping frente al Falun Gong: persecución, encarcelamiento extrajudicial, tortura, internamiento en campos de “re-educación” y sospecha de asesinato son solo algunas de las violaciones a los derechos humanos que se le atribuyen al PCCh durante esos años (aunque, durante años recientes, la historia se haya repetido con protagonistas distintos).
¿Por qué el gobierno Chino se sintió tan intimidado por un grupo religioso? Las causas son distintas. De acuerdo a Perry, por un lado está el hecho de que la religión no distinguía clases. Personas de todos los ámbitos se habían unido y formaban parte activa del Falun Gong. Había entre sus filas, incluso, a oficiales de alto rango del mismo PCCh, lo cual significaba que la religión se esparcía ya dentro del propio partido. Por otro lado, el gran número de seguidores de la religión tenía una carga significativa: por los propios estimados del gobierno chino, en 1999 había alrededor de 70 millones de practicantes del Falun Gong en la China continental.
Más allá de eso, podemos encontrar razones basadas de nuevo en el confucianismo. Tradicionalmente se pensaba que la pérdida del Mandato del Cielo venía precedida por sucesos astrológicos inusuales, lo cual podría explicar por qué los meteorólogos aseguraron a la población que el eclipse lunar del 28 de julio de 1999 no era causa de alarma. Ante los hechos, el gobierno del PCCh parecía realmente preocupado por perder su propio Mandato del Cielo.
Estamos hablando, entonces, de un partido político que se preocupa tanto por las viejas tradiciones imperiales de las dinastías, basadas en el confucianismo, como por saltos hacia adelante que ningún partido político en otro lugar del mundo pensaría en planear. En el 2050, año en que termina el plan de los tres periodos de Xi Jinping, el PCCh habrá estado en el poder por 101 años. El poder, pensado en los milenarios términos de las dinastías chinas, no puede ser ejercido en menos tiempo.
En el centésimo año de su formación y el septuagésimo segundo de su mandato, es claro que el PCCh no es un partido político a la manera en que occidente define a sus partidos políticos, así como el comunismo de su nombre no es el mismo comunismo que abogó Marx o siquiera Lenin, o ya el que occidente, bajo la bandera de la democracia, ha querido erradicar. No es tampoco una dinastía en sí, pero a esta última categoría se le parece más. Su plan de desarrollo, su capacidad para subsumir los ciclos del capitalismo tardío y volverlos accesorios al capital cultural de su desarrollo, son muestra de una dirigencia política que se siente completamente en control de su país.
Y, sin embargo, la historia del Falun Gong nos da ejemplos de lo fácil que puede ser atemorizar al titán. Si el Mandato del Cielo ha sido otorgado al PCCh, a través de la Revolución de Mao, eso significa que también puede ser revocado. Sea este o no el caso, lo cierto es que el PCCh parece estar sólidamente establecido, y con miras de mantenerse así, hasta completar su plan de desarrollo en 2050. En un mundo de incertidumbres, China nos ofrece esa única certeza.
BIBLIOGRAFÍA
Land, Nick, et al. Fanged Noumena: Collected Writings 1987-2007. Urbanomic, 2019.
Perry, Elizabeth J. “Challenging the Mandate of Heaven. Popular Protest in Modern China.” Critical Asian Studies, vol. 33, no. 2, 2001, pp. 163–180.
Walløe, Anders Norbom. “The Mandate of Heaven: Why Is the Chinese Communist Party Still in Control of China?” Thesis (Master’s), Økonomisk Institutt, Universitetet i Oslo, 2012