Tierra Adentro

Imagen tomada de pixabay.

Los sábados cuando regreso de comer en casa de mis padres, tomo Viaducto, Tlalpan y luego Churubusco. Ya en los carriles centrales puedo ver el complejo Mítikah a lo lejos. Casi a última hora de la tarde, con sus luces apagadas y los huecos de los pisos superiores donde todavía faltan ventanas le dan un aspecto postapocalíptico, de edificio que se quedó a medio construir. Algunas noches, la grúa se alza sobre la ciudad, encendida como un faro.

El edificio en realidad no está abandonado, sino todavía en construcción. Se prevé que esté listo en 2021 y entonces será el rascacielos más alto de la Ciudad de México. Tendrá 68 pisos y 267.3 metros de altura. Cuando busco en Google el nombre para asegurarme de cómo se escribe, el primer resultado que aparece es “MÍTIKAH: Ciudad Viva”.

Paso al menos una hora mirando los planos de cada tipo de departamento, las vistas y las amenidades. Son impresionantes, me recuerdan a los videos, donde las celebridades muestran sus casas. Sin embargo, más que darme deseos de vivir allí, la búsqueda redobla el sentimiento que tengo cada vez que veo la torre, invariablemente pienso en la novela High-Rise (Rascacielos, 1975) de J. G. Ballard.

Los personajes de la novela viven en un rascacielos como Mítikah, que ofrece todas las comodidades y les permite ignorar el mundo exterior; pero, a lo largo del libro, la vida en el complejo de solo 40 pisos poco a poco se desintegra hasta que la sociedad dentro del edificio decae en caos.

A veces veo la torre Mítikah y pienso en esta cita: “Hablaban del rascacielos como de una vasta presencia animada atenta a cualquier acontecimiento y que los vigilaba con una mirada magistral.”

James Graham Ballard fue un escritor inglés que nació en Shanghai el 15 de noviembre de 1930 y vivió en la Concesión Internacional (un enclave estadounidense y británico en el que se vivía al estilo “americano”) hasta 1945 que su madre, su hermana y él regresaron a Inglaterra.

Durante la invasión japonesa a China, Ballard pasó dos años en un campo de concentración para ciudadanos de los países Aliados. De esta experiencia surgió una de sus novelas más conocida The Empire of the Sun (1984), que más tarde Steven Spielberg adaptó en una película con Christina Bale. Sin embargo, esta no es su novela más representativa.

Ballard escribió casi veinte novelas y tantos cuentos que la compilación, publicada en 2009, tiene más de mil páginas. Seis de sus libros se han adaptado al cine, siendo la película más reciente High-Rise, protagonizada por Tom Hiddleston, y una de las más conocidas la adaptación de Crash en 1996, dirigida por David Cronenberg.

La mayoría de sus historias son de ciencia ficción y presentan escenarios distópicos y postapocalítpicos. Se considera a Ballard como parte de la New Wave de ciencia ficción que surgió durante la década de 1960. Algunos otros escritores que formaron parte de esta corriente fueron Samuel R. Delany, Ursula K. Le Guin, Alice Bradley Sheldon (James Tiptree, Jr.) y Roger Zelazny, entre otros. En su escritura apostaban por una nueva visión de la ciencia ficción, que se alejaba del pulp y los temas típicos del Golden Age en pos de una escritura más arriesgada y experimental. Sus influencias eran Ray Bradbury, Theodore Sturgeon, Kurt Vonnegut y Frederik Pohl, entre otros, por lo que sus temas eran más “suaves” (sociales) que los de la ciencia ficción “dura” (científica) de Isaac Asimov, Arthur C. Clarke o Robert Heinlein.

Durante los primeros días de noviembre leí The Drowned World (El mundo sumergido), la segunda novela de Ballard, que publicó en 1962. Leerlo se sintió a veces como un déjà vu. Me transmitió una sensación similar que libros como Lord of the Flies (1954) o Heart of Darkness (1902), en los que los humanos se enfrentan a la naturaleza y a la locura. Los escenarios de estas novelas parecen ecos distorsionados­ —un mundo selvático, caluroso, con lagunas profundas e iguanas gigantes— y los pocos personajes pasan la mayor parte de la novela aislados o perdidos entre multitudes caóticas y violentas.

Desde el principio de The Drowned World, el lector sabe que estas lagunas han cubierto alguna capital europea y que la temperatura de la Tierra está aumentando peligrosamente, pero hasta después de un tercio nos enteramos que es Londres y que el colapso climático en este caso no se debe a la intervención humana, sino al cambio en los patrones de las tormentas solares. En este futuro, los humanos que quedan viven en los polos, mientras que los trópicos se han convertido en zonas inhabitables.

Esta novela se considera el primer libro en una trilogía cuya unidad no proviene de seguir la misma trama, sino de su temática. Los siguientes libros presentan historias, personajes y escenarios diferentes, pero cada uno de las tramas subsecuentes (The Burning World y The Crystal World) suceden en una nueva versión del futuro de la Tierra en la que una catástrofe ambiental ha terminado con la civilización como la conocemos.

Las novelas, sobre todo The Drowned World, son importantes para la historia de la ciencia ficción porque se consideran las obras que inician la ficción climática o cli-fi. Aunque en un principio era una corriente de la ciencia ficción, conforme los desastres ambientales y el cambio climático se han vuelto parte de nuestro día a día, los temas del cli-fi han comenzado a aparecer en novelas que retratan el presente y no futuros distópicos.

Algunos otros autores reconocidos en este género son Margaret Atwood (Oryx and Crake), Paolo Bacigalupi (The Windup Girl), Doris Lessing (Mara and Dann), Kim Stanley Robinson (2312), Octavia E. Butler (Parable of the Sower) e Ian McEwan (Solar). De cierta forma incluso Distancia de rescate de Samanta Schweblin podría considerarse parte del cli-fi, dado que tiene como trasfondo los problemas ambientales, en específico, el uso de pesticidas en Argentina.

 

El primer cuento que leí de J.G. Ballard fue The Drowned Giant (El gigante ahogado), que comienza cuando una criatura humanoide y gigante aparece muerta en una playa. Como en otras historias de Ballard, vemos a los humanos caer en una fascinación cada vez mayor por el cadáver, que se pudre sobre la arena, hasta que comienzan a mutilarlo por diversos motivos científicos, estéticos o solo por entretenimiento. Aunque comienza con un hecho sobrenatural, el resto del cuento está narrado casi en un tono mundano, lo cual aumenta el efecto perturbador de la historia. Para el final del relato, del cadáver no quedan ni siquiera los huesos.

A la fecha todavía pienso en la sensación que me dejó, en la manera en la que logra tomar un hecho especulativo que podría parecer gracioso o plano y a través del tono y punto de vista ofrecernos otras capas de sentido.

Es por esta cualidad que la ficción de Ballard no es ciencia ficción solo por sus escenarios distópicos. Sus libros se caracterizan más por la manera en que sus transgresiones y especulaciones se presentan como parte de una normalidad y tal vez por esa misma razón, tienen efectos profundos en la psicología de los personajes.

En The Drowned World una parte importante de la trama retrata los sueños extraños que los personajes tienen mientras el nuevo ambiente los afecta y los hace “recordar” una época prehistórica. Los protagonistas comienzan a preguntarse qué tanto el ser humano se define por el ambiente en el que vive, cuál es nuestra relación con la historia evolutiva de nuestro planeta.

Es por esta razón que ballardian es un adjetivo que aparece en el diccionario Collins y habla de una situación o escenario que parece sacado de alguna de sus novelas: “especialmente los paisajes hechos por el hombre, modernos y lúgubres, o los efectos psicológicos debido al desarrollo tecnológico, social y ambiental”.

Con este adjetivo en mente vuelvo a la página web de Mítikah: Ciudad viva, a la imagen del rascacielos más alto de México, oscurecido, destartalado, acechando la Ciudad a sus pies. Pienso en la promesa de comodidad suprema, que al vivir allí uno no tiene necesidad de salir de casa y todo se encuentra a su disposición. Desde allí sería fácil olvidar que, si un inquilino desciende de las alturas, se aleja de las luces del centro comercial y cruza Churubusco, estará a solo algunas cuadras del bullicio y la vida en el Centro de Coyoacán.

Imagino los apartamentos de más de 100m2, ahora vacíos, sin ventanales, el viento helado que los recorre. Pienso en la gente que ya ha comprado un lugar, que se encerrará allí algún día, y recuerdo una cita de Ray Bradbury al hablar de la escritura de ciencia ficción en general y de Fahrenheit 451 (1953) en específico: “No trato de predecir el futuro, lo que quiero es prevenirlo”.


Autores
(Ciudad México, 1990), química y escritora. Es autora de cuatro novelas juveniles de fantasía, el libro de ensayos Grados de miopía y de los libros de cuentos Un año de servicio a la habitación y Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio. Fue becaria del Fonca en el Programa Jóvenes Creadores y del Ayuntamiento de Madrid en la Residencia de Estudiantes. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2018 de cuento y el Premio Nacional Juan José Arreola 2019. En 2021 fue seleccionada como parte de los 22 Novelistas Jóvenes en español por la revista Granta. Actualmente estudia la Maestría de Estudios de Asia y África en el Colegio de México.
Secretaría de Cultura