Sin título, video HD, 2014. Quitar el frijol de las piedras en lugar de las piedras del frijol.
Más teoría y menos acción. Karaoke a tres micrófonos sobre arte contemporáneo
¿Cómo es el panorama artístico en el país? ¿De qué es correcto hablar? ¿Hay formas de escapar del mercado? José Jiménez Ortiz, autor de Algoritmos, miedo y cambio social (FETA, 2014), conversa con Chantal Peñalosa y Joaquín Segura, artistas jóvenes mexicanos, para tratar de llegar a respuestas que aclaren cómo se vive la producción de artes visuales en el país. Para rematar la conversación mostramos un breve portafolio de la obra de Peñalosa y Segura.
//Jiménez Ortiz//
Percibo una urgencia de muchos artistas jóvenes en México, menores de treinta y cinco años según las costumbres, por estar activos y participar en todo. Los trendsetters invierten su tiempo en intentar hacer arte, cine, proyectos editoriales, música, moda, diseño, tatuajes, una disquera, cortes de cabello, cocina experimental, talleres comunitarios o hasta activismo político. Algo sintomático en la era del fragmento, asociada a la cultura del MP3, YouTube, citas filosóficas en forma de meme, donde se generan mil cosas, pero nada que cambie las coordenadas de la producción artística del país. En pocas palabras, mil cosas sin calidad para darles un valor utilitario, estético e histórico que pueda volverlas trascendentes. Creo que un paso verdaderamente crítico para generar un cambio importante es desligarse de esta hiperactividad, retirarse a la pasividad y negarse a participar. Limpiar el terreno para la auténtica actividad. Contrario a lo que muchos artistas y curadores pregonan, creo que vivimos una época en la que urge más teoría y menos acción. Y creo que el ejemplo más burdo de esta seudoactividad son los proyectos artísticos ligados al activismo político.
//Chantal Peñalosa//
Más que apostarle a una pasividad, pienso que se puede ser activo si tomamos en cuenta que un acto no tiene por qué caer en la espectacularidad. Lo que yo percibo es que se antepone la notoriedad a la acción. Creo que de ahí viene ese ímpetu por querer participar en varias actividades a la vez, aunque no creo que el problema esté en el entusiasmo participativo, sino en que la imagen o el ruido aventajan a la propia acción, lo que ocasiona resultados panfletarios.
En momentos en que el panorama actual del país es incierto, ¿cómo entendemos el activismo político? ¿Cómo se inserta esta idea dentro de proyectos artísticos? ¿En qué medida funciona una acción “política” como autopromoción?
//Joaquín Segura//
A mí me queda claro que el activismo y la práctica artística son terrenos separados y creo que así se deben mantener. Cada uno posee campos de acción y lógicas operativas incluso encontradas. La diferencia que encuentro más categórica radica en cómo se presentan al público estas estrategias híbridas, en su mayor parte, con resoluciones tan desafortunadas que son disparos al aire. Un cambio profundo, en términos sociopolíticos, nunca saldrá de un cubo blanco o de un espacio institucional. No creo que sea posible y no me molesta esa idea, me parece natural. ¿Es responsabilidad del arte entregar soluciones listas para consumirse? No. Las prácticas artísticas que me interesan se centran en crear espacios de reflexión en torno a las fisuras que nos rodean en términos sociales, económicos y políticos, para después llevarlas hasta su anulación. No se trata de resolver las contradicciones, sino de asumirlas y hacerlas más grandes para evidenciar su falta de sentido.
Creo que en México estamos viviendo un período de actividad cultural, al menos en lo relativo al arte contemporáneo, que no se había visto desde el boom de los noventa. Es benéfico, pero muestra que necesitamos, más que nunca, una aproximación crítica férrea a los productos culturales que estamos gestando. Más producción no significa que todas estas ideas o modos operativos sean pertinentes. Muy al contrario: mucho de ello es ruido blanco y, como mencionan, incluso estrategias de autopromoción tan cándidas que lo único que ocasionan es un fenómeno de dilución que a las grandes estructuras que pretenden atacar les resulta ideal. Es la ilustración perfecta del concepto de crítica asimilada.
La política y la conciencia social están de moda; pero si vienen acompañadas de revisionismos superficiales y falta de congruencia, sólo representan un regodeo de la banalidad. No necesitamos más artistas ni más espacios, ni más apoyos ni alternativas estériles. Necesitamos que todo lo existente se profesionalice, que desarrolle conciencia crítica, regulando su producción a partir de acciones certeras y propuestas sólidas que no busquen los reflectores o una presencia mediática que no deja de ser una estrategia probada de apuntalamiento del mercado para autolegitimar una inclusividad. Esto, en mi perspectiva, no es más que una búsqueda de validación ante un circuito más amplio; un proceso de comodificación y creación de plusvalía
Propondría sacudirse la idea de que lo que cada uno de nosotros hace es necesario. Tal vez desde nuestra insignificancia podamos contactarnos con asuntos más urgentes o reales que aquellos que se crean en las prácticas seudoartísticas de escritorio. Como bien dice José, creo que la no-participación es una de las pocas estrategias válidas dado el estado actual de las cosas. Y no creo que esto sea una posición pasiva.
//José Jiménez Ortiz//
Justo. Contrario a ser una actitud pasiva, es un posicionamiento crítico respecto a la práctica y la producción que realizo. El que algo se use, ni lo activa, ni lo vuelve útil. Es necesario hacer esa distinción. Y creo que mucho del arte panfletario, tan en boga en estos tiempos, parte de esa gran miopía. Coincido con Chantal cuando habla de espectacularidad. Esos grupos radicales terminan convirtiéndose en cacahuates mediáticos que algún grupo de curadores logró confeccionar en un packing atractivo, para ofertarlos en forma de estampitas de papelería. Luego dejan su papel marginal para terminar aceptando exhibir en museos del Estado y galerías comerciales. He recibido subsidios del Estado, de galerías, de instituciones bancarias y de corporativos transnacionales, y no tengo ningún tipo de conflicto moral. Parte del problema, que ya menciona Joaquín, es la carencia de una estructura crítica que filtre la abundante producción de arte. Siento que la crítica se focaliza en artistas legitimados por el mainstream o en gente de la propia generación de los críticos. Y estos procesos, lejos de discutirse, se pasan por alto todo el tiempo. ¿Qué piensan ustedes al respecto? ¿De dónde viene el feedback más valioso que reciben? ¿Creen que hay un vacío en cuanto a la crítica de arte? ¿Cómo acompañar críticamente el vertiginoso mar de arte, artistas, curadores, espacios alternativos, galerías, seminarios, talleres, escuelas?
//Chantal Peñalosa//
Al principio hago una pregunta sobre el activismo político, no porque considere que surge desde las plataformas del arte. Me parece importante retomarlo ya que veo un constante intento por apropiarse de acontecimientos históricos que han tenido vínculos con este tipo de prácticas de carácter político. Creo oportunas estas definiciones, pues el hecho de que haya sobreparticipación en torno a lo político (que más bien terminan en actos confusamente estéticos) es evidencia de que la espectacularidad termina por ganarle al discurso.
En mi caso, las cuestiones de ofertas culturales (llámense escuelas, talleres, seminarios, etc.) no me han tocado tan de cerca. En Tecate, un lugar pequeño, estas situaciones no existen a gran escala como en las grandes ciudades. Lo que percibo es que existe un enfoque en la manera de articular procesos que se guían por discursos oficiales. Crecí muy lejos del centro del país, nunca estuve cerca de alguna manifestación o de grandes concentraciones, no tengo una relación directa con el 68 o con el temblor del 85. Lo menciono para llegar a lo siguiente: acá las cosas suceden de manera antiespectacular. Mi postura frente a los discursos oficiales y cuestiones mediáticas radica en buscar un paralelismo: trabajar desde mi realidad inmediata, con el contexto en el que me relaciono de manera directa. Me enfoco en situaciones cotidianas de las cuales soy partícipe. Las aproximaciones en mi trabajo a problemáticas sociales me interesan desde el punto de vista de quien las habita.
//Joaquín Segura//
En términos de un circuito, es claro que en México tenemos muchas deficiencias. Creo que traer a la discusión el concepto de “discurso” es un gesto revelador en tanto que esta mención se convierte en la denuncia de una carencia. Es simple: no lo hay. Uno de los vacíos más apremiantes es justo la poca inclinación a estructurar un marco conceptual que soporte claramente las propuestas visuales que se hacen.
En cierta forma, esto va un poco más allá de la pereza o del facilismo. No alcanzo a percibir un discurso generacional en el sentido de un ejercicio de delimitación ideológica o directiva, ni siquiera se dibuja a nivel práctico en términos de congruencia entre la enunciación de una acción y su posterior ejecución por medio de la negociación de las variables que componen nuestro contexto específico.
Siento que hay toda una generación de artistas dando bandazos entre la organización de espacios “autogestivos” hoy y mañana el intento de colarse en las megaestructuras institucionales a la primera oportunidad y a toda costa. Al mencionar estas dos instancias, aparentemente dispares, puede parecer que intento crear una problematización reduccionista, pero creo que habla de la candidez con que se elaboran algunas estrategias de posicionamiento por parte de ciertos actores que se acogen a estas actitudes, de forma no tan inocente y orgánica como lo pregonan. Desde mi perspectiva, el problema se resuelve fácil: no les creo nada y me funciona bastante bien. Cada vez reparo en menos gente y proyectos. Incluso lo considero una práctica de enfoque consciente.
En tanto a los puntos que toca José, creo que la cadena de carencias alcanza a la crítica de arte, pero no tanto en el hacer sino en la manera de construirla y entenderla. El crítico no es quien describe en una revista de cartelera ni el que publica reseñas partir de un boletín de prensa mal comprendido. El crítico es aquel que participa activamente en la conformación estructural del contexto en el cual enfoca su mirada. Apenas podría nombrar un par de nuestra generación que hacen esa labor. No necesitamos más vericuetos lingüísticos ni maneras novedosas de explorar el recurso de la falacia. Esto puede aplicar al papel del artista y a cualquier otro tipo de agente cultural interesado en impactar nuestro contexto en estos momentos. Necesitamos ideas claras y contundentes, lo que menos hay en nuestra generación en cualquier aspecto de la práctica artística.
Creo que la única manera que me ha funcionado es la que ya esbozaba hace unas líneas: una política personal de diferenciación selectiva. No consumir todo lo que se genera. Deberíamos revisar experiencias que han logrado tener un impacto duradero en el circuito por diversas razones y a partir de ello tratar de entender qué se ha estado haciendo bien y por qué ha funcionado. Se me ocurren SOMA o Casa Maauad, por nombrar dos sitios muy diferentes entre sí, pero donde creo que se gestan modelos híbridos, desafiantes e inestables en sí mismos. ¿Desde dónde podríamos hablar como creadores si no logramos hacer de nuestra propia subjetividad y experimentos fallidos un instrumento de reflexión?
//José Jiménez Ortiz//
El mercado del arte se rige por un flujo determinado por oferta y demanda. Y cuando la oferta se cansa y aburre, el mercado voltea a la periferia en busca de nuevos tópicos que refresquen ese flujo agotado. Parece que este tipo de proyectos autogestivos, comunitarios, políticamente correctos, combativos y participativos, is the fresh blood.
Creo que es peligroso confundir activismo con arte. Y aun peor mezclarlos, pues se convierten en arte de mal gusto y pésimo activismo político. Respeto ambas actividades, pero pertenecen a campos de acción que operan de manera muy diferente. Los tópicos que tocan estos mutantes son las cosas de las que la gente quiere escuchar y debatir, repetir lo que se comenta en las noticias y las pláticas de café, pero a manera de predicadores de la verdad. Está muy alejado de la labor del artista en estos tiempos. Coincido con Chantal en lo chocante que resulta esa chilangocracia al hablar de temas políticos en el trabajo artístico. Como ella, a mí no me afectó el 68, no me sacudió en lo absoluto el temblor del 85, ni me enteré del fraude del 88. Cuando entró en vigor el TLC y el EZLN se levantó en armas, yo tenía trece años. Entiendo por qué alteraron la estructura económica, política y social del país, pero no puedo sentir nostalgia por una época que no viví. Creo que ese es un gran problema de este tipo de prácticas artísticas, algo que la crítica no se atreve a señalar. Ahí retomo la idea de Chantal de la espectacularidad. Creo que toda práctica artística tiene su dosis de espectáculo, pero cuando carece de contenido y un discurso crítico, termina en estas nociones simplistas y superficiales de la identidad mexicana. Nociones, además, sumamente centralistas.
Vivo y trabajo en Torreón, un lugar muy parecido a Tecate. Desde niño viajo más a Texas que al interior del país. No comparto esa visión del centro y vaya que mi trabajo toca tópicos relacionados con la violencia y la muerte, consecuentes en todo México. Pero no desde esa nostálgica concepción de identidad nacional, sino desde la idea de nuestro país como un territorio fragmentado, con realidades económicas, políticas y socioculturales disímiles y anacrónicas. Los considero temas globales, no chistes folclóricos locales.
Me gustaría cuestionarlos acerca de su relación con el mercado. Yo no tengo galería, ni voy a ferias de arte. No porque no quiera, sino porque creo que el tipo de producción que realizo dista de las prácticas de moda. ¿Creen que hay mercado para el tipo de trabajo que realizamos? ¿Dónde lo ubicarían? ¿Es algo importante para ustedes, por un lado, en términos financieros y, por otra parte, en función de pertenecer a una escena?
//Joaquín Segura//
A mí ese tipo de iniciativas me parecen una banalización que no sólo resulta anodina. Son proyectos nocivos en el sentido de que actúan como agentes de neutralización, trivializando problemáticas extremadamente complejas y espectacularizándolas para capitalizar la atención que les genera dentro de un circuito en el cual, si somos honestos, ni siquiera deberían estar interesados si fueran congruentes con los intereses que anuncian. Me parece adecuado recordar que “forma es fondo”. Independientemente de la extracción del célebre autor de esta máxima y la ironía que esto pudiera despertar, creo que resume mi desconfianza hacia este tipo de actividad que no termina siendo ni arte ni activismo. La legitimación por parte de los circuitos institucionales es un proceso de generación de plusvalía y ese simple razonamiento destruye las peroratas libertarias del activismo cool.
Entiendo tu posición sobre la distancia y las complicaciones que trae abordar temas que nuestra generación no experimentó de manera directa. Es una complicación metodológica que me interesa particularmente por el rumbo que mi propio trabajo ha tomado en los últimos años. La conclusión a la que he llegado es que, aunque de pronto termine hablando sobre temas que no viví directamente (como la disidencia checa durante el periodo del bloque o la guerrilla salvadoreña), una resolución adecuada depende directamente de no pretender brindar verdades, ni de glorificar o enaltecer asuntos que también tuvieron mucha mierda. A mí lo que me interesa de este tipo de episodios, unos más notorios que otros, es la medida en que contribuyeron en forma atomizada a configurar el clima sociopolítico que nosotros sí vivimos. Y nos deben interesar pues son instrumentos de análisis para aproximarse de mejor forma a una realidad que se nos escapa de las manos a la vuelta de cada esquina.
Creo que insistir en estos puntos es certero porque nos trae a la misma conclusión de siempre: aceptémoslo o no, todo tiene que ver con el mercado. Estoy lejos de pensar que el mercado es un monstruo voraz controlado por mentes maestras que buscan aniquilar la alta cultura y embrutecer a las masas. Creo que pensar así es extremadamente ingenuo. No es un proceso unilateral. Simplemente busca aquello que le parece más atractivo al segmento de mercado que reporta mejores beneficios y eso replica. Son sabores del mes, pero ya pasarán y ahí lo interesante será ver hacia dónde tira esta subespecie híbrida.
A mí me satisface la relación que tengo con el mercado. Hay una distancia muy sana de por medio. No define lo que hago ni los temas que toco, ni las salidas formales que utilizo. Si me da la gana hacer una pintura al óleo, la hago. Y si no, pues hago una escultura con un proyectil que recogí de la banqueta en alguna marcha. No tengo de qué quejarme. Mi trabajo está tanto en colecciones privadas como institucionales y me permite seguir desarrollando mis proyectos sin tener que dedicarme a otra cosa. Tampoco me estoy haciendo rico y eso me tiene sin cuidado. Las ferias de arte son un tema en sí. Funcionan si asumes que son un tianguis de lujo; a mí personalmente no me interesan como un instrumento de legitimación, pero claro que me he beneficiado de ellas en términos más tangibles, que es para lo que sirven. No encuentro ninguna contradicción aquí si cada artista es claro con lo que busca a partir de su relación con esta parte de la práctica artística. Sólo hay que ser congruente con ello.
Sí hay un mercado para lo que hacemos, pero es un nicho muy específico. Es un camino que debemos dominar para no terminar perdidos por ahí, algo que cada vez veo más en nuestra generación. El porcentaje de artistas que logra mantener una producción sostenida en su transición de artista emergente a la siguiente etapa de su ejercicio creativo es alarmantemente baja, lo veo en mis colegas. Habría que preguntarse qué es lo que sucede. A veces me pregunto si los apoyos a la creación no terminan siendo un entrenamiento pavloviano, en donde sólo se crea cuando el Estado o un privado financia la producción.
Me llama mucho la atención lo que dices acerca de nuestro país como un conjunto de realidades discrepantes y en conflicto. Pienso mucho en ello en los mismos términos. Siguiendo esta lógica, no hay un centro: hay muchos. Pero afirmar que México no opera de forma central sería bastante ingenuo. Ojo, creo que es un vicio brutal y me gusta pensar que he hecho mi parte para romper con ello. Yo iría un poco más allá e incluso afirmaría que estamos en un territorio posnacional, y que le toca a nuestra generación establecer nuevas reglas del juego. Creo que depende de los creadores de cada sitio romper con ello y que hoy hay ya iniciativas muy claras al respecto.
//Chantal Peñalosa//
Antes que nada debo aclarar algo, es necesario romper la dualidad entre el centro y la periferia; no hay dos: hay muchas. Tan diferente es Torreón de Tecate, como de Veracruz o Tijuana; digo esto porque creo que algo fundamental es entender que existe una multiplicidad de realidades que llevan consigo una multiplicidad de aproximaciones para abordarlas.
Es necesario pensar en cómo entendemos nuestra experiencia subjetiva en nuestros contextos específicos; es más sencillo hablar coherentemente de lo que vivimos. Estoy de acuerdo con Joaquín en que sucesos aparentemente lejanos nos afectan histórica y socialmente, pero esta afectación se da de manera concreta en nuestras vidas.
Para no desviarnos del tema, sería prudente pensar en casos específicos en los que esta coherencia es destronada por la superficialidad de un acercamiento ingenuo y oportunista a situaciones de afectación social. Creo que es necesario tomar casos de estudio con el fin de entender de manera más clara esta problemática que se viene planteando.