Foto por Iñaki Espejo-Saavedra en Flickr
Ser motomami
Chica, ¿qué dices?
Hace unos días apareció en mi feed de Instagram esta imagen: Walter White, el protagonista de Breaking Bad, enfundado en un overol de seguridad amarillo mientras prepara en varias pipetas lo que asumimos son metanfetaminas. En la parte de arriba, sobre un fondo blanco, dice, con la malicia típica de los memeros, «La Rosalía creando cuidadosamente la canción más fea que he escuchado». Se refería (y en ese momento yo creía que tenía razón) a CHICKEN TERIYAKI, una de las primeras canciones del nuevo disco de La Rosalía, Motomami.
Ahora, después de escuchar el disco, me doy cuenta de que el meme tenía razón, pero en sentido contrario.
*
En un par de entrevistas, Rosalía ha dicho que Motomami es el resultado de una mezcla de ritmos afrocaribeños como el reggaetón, el dembow y la bachata con el flamenco y el pop, vía tecnologías como el autotune y el sampleo. Esta mezcla es posible gracias también a una serie de productores de renombre (The Neptunes, Mike Dean, Tainy, Playboi Carti). Y esta es una característica constante en el disco. Cuando Rosalía canta «Yo me transformo» en SAOKO, la primera canción de Motomami, no solo rinde un homenaje a una modernidad robotizada, sino que inaugura su exploración de las posibilidades creativas de lo que hemos llamado «lo latino». Esto es evidente en LA FAMA, donde The Weeknd no solo canta en español, sino que también intenta bailar bachata.
Y es que, más que anclarse a un género, Motomami es un laboratorio creativo, tal y como el meme sugiere. Rosalía trae la mezcla, el remix, el sampleo y hasta el tema del plagio creativo al debate de la actualización y hasta apropiación de la música flamenca y pop que la ha rodeado desde hace tiempo. Uno de los elementos que resaltan y llaman la atención son las referencias; de hecho, además de CANDY, que alude a la canción de Plan B del mismo nombre: «bailando Plan B, la de Candy», SAOKO ya era una canción de Wisin y Daddy Yankee (de donde sale el coro «Saoco, papi, saoco» en voz de otra mujer). Así arranca el disco, con un verso ajeno que se repite mientras la voz cantante se transforma hasta lo irreconocible.
En BULERÍAS, por ejemplo, se siente lo que ya aparecía en El Mal Querer: un flamenco atrevido, actual, hasta irrespetuoso (si se quiere), que trata de salirse de lo establecido. «De cada puñalaíta saco mi rabia. Y aunque no tenga dinero, no tenga a nadie, yo voy a seguir cantando, porque me nace», dice como reafirmación de lo que está a punto de suceder: si en SAOKO manifiesta un atisbo de cambio, en esta canción hay una metamorfosis completa. El flamenco, como toda su música, también es mío, que la bailo en el pasillo de mi casa, escuchándola con audífonos o en una fiesta futura.
*
El atractivo de Motomami no está solo en retomar un pasado común, sino en la propuesta que hace para afrontar un futuro ya no binario, sino diverso. Algunas críticas han establecido que se trata de un álbum sin límites claros, un disco random, que no sabe bien a bien qué ser ni cómo serlo. Habrá quien lo considere una desventaja o lo diga desdén, pero es una virtud. De la misma forma en que Arca lo hace con KiCk i, ii, iii y iiiii, Rosalía explora hasta dónde es capaz de metamorfosearse, reinventarse, transformarse en su propia motomami.
*
Otra serie de imágenes con las que me he encontrado circulando en Twitter hablen sobre qué es ser motomami. Al principio, la referencia más cercana que yo tenía a ese invento de identidad era el ser bichota, por aquella canción de Karol G en la que hablaba de una mujer que era su propia jefa, no rendía cuentas a nadie y perreaba con quien quería y como quería. Ser motomami va en ese mismo sentido.
En uno de esos memes veo a un Spiderman en posición de ataque. En su frente se lee en letras amarillas «Una bichota». Su mano está siendo cubierta por una sustancia negra y viscosa sobre la que se lee, con la tipografía oficial del disco, «Motomami». La bichota se transforma en motomami.
Ser motomami y ser bichota comparten un mismo cuerpo.
*
G3 N15, CUUUUuuuuuute y DIABLO son manifestaciones de ese nuevo horizonte que Motomami traza.
Las colaboraciones en “Motomami” son sorprendentes. Pharrel es otro de los nombres que aparece en al menos tres canciones: MOTOMAMI, HENTAI y LA COMBI VERSACE, ésta última trabajada también con Tokischa.
Hay en todo el álbum un sentido de modernidad robotizada —Pharrell antes trabajó con un dúo de robots conocido como Daft Punk—. Una modernidad en la que nos pensamos máquinas —para bien: velocidad, alcanzar y superar límites, y para mal: servir a la producción desbordada y desmedida—, o bien una en la que nos pensamos como un cíborg en el sentido de Donna Haraway. Así, CHICKEN TERIYAKI, que fue burla y risas y meme antes de conocerse en su contexto, su universo, se vuelve la canción más atinada de todo el álbum. Aunque las letras aparentemente no tengan sentido —«tu gata quiere maki, mi gata en Kawasaki»—, van en concordancia con toda idea de Motomami.
HENTAÏ (como lo escribe la propia Rosalía) es de las canciones mejor logradas para el contexto de Motomami: una declaración de amor que parte del erotismo y la sexualidad, con letras que no importan mucho salvo para invitarnos a coger. En un tuit, Lucía Lijtmaer dice: «Lo único que sé de Motomami es que “Hentai” está escrita en pleno enamoramiento postcoital, sí, por supuesto». Rosalía explora el cuerpo que se va motorizando. El deseo es uno de los ejes transversales de todo el disco, pero a diferencia de lo que ocurre en El Mal Querer, se trata de un deseo explícito, frontal.
*
La portada de Motomami no podría ser otra cosa más que reveladora. Rosalía aparece desnuda y cubriéndose únicamente con sus brazos, como una Venus. Esta apariencia es interrumpida por un casco de motociclista que le cubre la cabeza y unas largas uñas blancas. Detrás, su cabello se expande como pequeñas alas de ángel. Un androide sensual.
Como el disco entero, la imagen que lo inaugura está hecha de capas, la tipografía que adorna la palabra Motomami parece grabada en aerosol, como si se tratara de un graffiti que transgrede alguna calle de cualquier barrio. Al fondo, la imagen de la motomami.
Cuando la veo pienso en DELIRIO DE GRANDEZA, una de las canciones que en su movimiento parece la curva que nos trae de regreso. Un tango de desamor hasta que escuchamos una voz en inglés en el fondo y se yuxtaponen ambas letras: «Que retornes buscando una ilusión de amor y volverás a mí, así lo espero» y «Man, it’s ridiculous I got you so delirious, kiss me through the phone while I lick you just like licorice».
Eso también es el disco: sobrepuesta de concepciones de un mundo que, hasta que escuchamos las dieciséis canciones, desconocíamos.
*
Hay un redondeo que empieza en SAOKO pero que se cierra en SAKURA con una voz honesta, rota, solitaria. «Ser una popstar nunca te dura», canta Rosalía quizá a modo de confesión, pues también en Motomami sucede un quiebre: nada dura, nada permanece. Ser motomami es estar en movimiento. La exploración, la creatividad, la transformación es nómada, nunca sedentaria.
Pero la identidad motomami también ha de agotarse, desgastarse.
*
El disco parece postular, a través de su incesante mezcla y remezcla, que ser motomami es transformarse, motorizarse, volverse máquina y, en ese mismo espacio, absorber lo que el contexto nos da para inventar(nos) cualquier cosa. No es casualidad que Abcdfg —«M de motomami, motomami, motomami, motomami, motomami»— sea un diccionario no convencional, un diccionario que se baila y se canta, que se permite explorar sus propias definiciones: «I de inteligencia artificial», «Z de zarzamora, o de zapateao, o de zorra también». Ese es el potencial de una motomami, el potencial de la música de Rosalía. La capacidad de escapar de cualquier definición.