Serenata al aire libre

Titulo: Departamento Bonsai
Autor: Herson Barona
Editorial: Cuadrivio
Lugar y Año: México, 2017
Hoy, al parecer, la poesía debe serlo todo menos ella misma. Y si bien, según Décio Pignatari, en poesía interesa lo que no es poesía, ¿cómo saberlo si sus discursos parten de la posverdad y no de la duda metódica? ¿Qué significa la desobediencia civil en una sociedad de forajidos? ¿Qué puede hacer la lírica entre amateurs de la desafinación? Para ellos, ¿qué es la retaguardia sino instinto, y qué la vanguardia sino intuición?
Sin haberse planteado estas preguntas, Departamento bonsái, de Herson Barona, manifiesta su inconformidad con el statu quo de la actual poesía mexicana. Ajeno al bullying de un tiempo enemistado con lo que desconoce, el primer libro de Barona apuesta por la legibilidad: nada de astucias complacientes ni bromas para illuminati. El autor hurgó en su canon privado y acondicionó las «piezas de archivo» que después serían expuestas «en el museo/ de la memoria autobiográfica». Del catálogo de imágenes que halló a su paso, restauró: «La misma imagen/ [que] se repite una y otra vez, / sólo cambia el fondo/ contra el que se recorta…».
El fondo contra el que dicha imagen se recorta no sólo es móvil, sino que cambia impredeciblemente: primero, «una casa hecha de piedras» o «una estampa del vacío»; luego, una biblioteca, una playa o una lengua muerta. (Lo que, de acuerdo con Carlos Martínez Rivas, representa «algo esencial —un culto, un lenguaje,/ un rito—» que, al separarse dos amantes, se pierde para siempre).
Aunque estrecho, Departamento bonsái le hace espacio al yo lírico, la experiencia y la inspiración. La escala microscópica de estas nociones disipa el tufo a grandilocuencia. De ahí que Barona trace minúsculas «analogía[s] certera[s]»: ante la ruptura amorosa, tales analogías ciñen el caos y le otorgan una dimensión portátil. No para atar cabos, sino para colocar trampas de fe y lanzarse a:
una búsqueda intuitiva,
una tentativa por arrojar luz
sobre los objetos que dormitan
cerca de nosotros, sobre todo
lo que se mantiene oculto;
[a] arrojar luz para inventar su sombra
y proyectarla en las paredes,
[a] iluminar lo que hay de oscuro
en cada uno de nosotros.
Como advierte Fabio Morábito, «un discreto ritmo de bolero recorre este libro sutil, sincero, profundo e irónico, (…) donde los versos eclosionan unos de otros, señal de que el poeta es el primer escucha de sí mismo». Barona pronto dejó de oír a sus roomies de generación y abandonó, en términos de e. e. cummings, «la habitación enorme» que compartía con ellos. Permaneció «un rato afuera de la casa del lenguaje» —una casa hecha más de barullo que de convivencia— y se mudó a la intemperie. Orfeo a ras del suelo, quiso llevarle a Eurídice una serenata al aire libre.
No es casual que los fantasmas de Fabián Casas y Luigi Amara recorran este Departamento bonsái. Tampoco que la lentitud sea una de las virtudes más acusadas del libro. El pensamiento asordinado de Casas y la mirada estroboscópica de Amara se reflejan, vía Barona, en la «trama lenta/ de mi apagado/ porvenir», escrita con palabras que «se están perdiendo/ lentamente en el espacio/ reducido del yo». Música versátil para las bodas con la soledad.
Con la reducción de la primera persona, asistimos a un espectáculo infrecuente: la disolución del personaje y sus rutinas que, a últimas fechas, ha relevado al poeta y sus máscaras, canjeando la solemnidad de éste por la afectación de aquél. Ahí estriba el honesto y envidiable fracaso de Barona: en oponer una minima moralia a los dogmas de época, en reconocer sin cortapisas que: «Es imposible terminar el libro./ […] La experiencia es más rápida que el lenguaje;/ yo sigo esperando un diccionario/ que me ayude a descifrarla.»
Un poema, sin embargo, puede leerse como la entrada de un Pequeño Larousse Ilustrado de la experiencia. Puesto que la experiencia es tentativa, también debe serlo la palabra que la nombra. Estamos ante un diccionario que, como El libro de arena de Borges, se abre y cierra in media res. Por ello, nuestro autor aconseja: «Hay que aprender a hablar/ otra vez desde el principio, / hay que encender las palabras/ y las luces de esta casa». Desde su apartamento bonsái, Herson Barona optó por no instalarse en parte alguna sino inaugurar, a cada vuelta de página, una casa estudio donde se entra a solas, agachando la cabeza, tropezando. Como se entra en materia.